No sé cuál es el alcance real de la ofensiva de CaixaBank y de Banc Sabadell sobre el president Carles Puigdemont para que desista en el propósito de declarar la independencia una vez proclamados los resultados electorales definitivos del 1-O. Lo que está claro es que los grupos bancarios que han vivido muy bien bajo el manto protector del poder ahora quieren negar la evidencia y actuar como han actuado siempre, que es mandando sin pasar por las urnas. CaixaBank, el Sabadell y las empresas que dependen de uno de los dos bancos, que son las únicas que han acordado cambiar la sede social para buscar un pequeño despacho de 4m2 en Alacant, València o Palma, quieren desnaturalizar el 1-O. Tienen el apoyo de La Vanguardia, que forma parte del mismo conglomerado económico, y de algún político soberanista que tiende a confundir la moderación con la tibieza.

Negar que el 1-O ganó el ‘sí’ es tan absurdo como no reconocer que la brutal represión policial perseguía alterar el resultado del referéndum

Negar que el 1-O ganó el ‘sí’ es tan absurdo como no reconocer que la brutal represión policial perseguía alterar el resultado del referéndum. Lo consiguió, pero solo en parte. Si se hubieran podido contar los votos de las 400 mesas electorales que fueron precintadas por los Mossos d'Esquadra o arrasadas por las hordas salvajes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, el resultado todavía habría sido más apabullante. A pesar del boicot activo del PSC, Cs y el PP —cuya limitada capacidad de movilización se pudo constatar ayer, a pesar de los muchos autobuses fletados fuera de Catalunya—, el número de votantes superó los tres millones el día del referéndum. El 1-O, ni la policía ni las inclemencias del tiempo contuvieron la marea democrática que todo el mundo pudo ver, menos los españoles, de qué manera se opuso a los golpistas que secuestraban urnas y maltrataban a personas mayores, jóvenes y de mediana edad al grito de “las calles serán siempre nuestras”.

Los inmovilistas acostumbran a despreciar la capacidad de resistencia del pueblo. A CiU y a Artur Mas ya les pasó algo parecido en 2012 después del primer 11-S soberanista. No entendieron nada y pensaron que la solución era convocar elecciones autonómicas rápidamente para obtener la mayoría absoluta que entonces no tenían. CiU se dio un trompazo de grandes proporciones. No supo leer bien el momento y desde aquel año no da pie con bola. Entre eso y la incapacidad de CDC para reconocer que no abordó correctamente los casos de corrupción, incluyendo el de la familia de su fundador, es fácil deducir por qué ahora el PDeCAT es un partido sin alma ni temple, descontándole el valor y la audacia que han demostrado tener el president Carles Puigdemont y un buen número de alcaldes que se enfrentaron al Estado para asegurar que se podría votar en sus pueblos y ciudades. Este es el mayor patrimonio del que ahora disponen los nacionalistas y cabe esperar que la conspiración de los despachos no lo malogre. Soy consciente de que unos tienen la fama y otros cardan la lana. Fuentes del PDeCAT van diciendo por ahí, por ejemplo, que el vicepresident Junqueras está más próximo a las tesis de Santi Vila que a las del president Puigdemont, quien reclama tener en cuenta los resultados del 1-O. No lo sé, pronto lo sabremos.

No creo que los dirigentes soberanistas hayan sido tan irresponsables de arriesgar su carrera y su cartera para que ahora se echen atrás

El punto de partida del soberanismo está muy claro. El 1-O se votó, a pesar de los pesares, y los ciudadanos que lo hicieron son la mayor arma del soberanismo. La casilla de salida es esta y no otra, como por ejemplo volver “al orden constitucional y estatutario”, que es lo que reclaman Rajoy y los articulistas de los Régimen del 78. “Diálogo y convivencia” —tuiteó Pedro Sánchez el pasado sábado después de la manifestación de las camisas blancas— “La calle nos lo pide”. Es exactamente eso. Las urnas pidieron determinación a los soberanistas y que supieran estar a la altura de las circunstancias. Quien no sepa aguantar el tirón que se vaya. Hay bastante gente para reemplazar a los escurridizos. Esta es la hora de que los líderes soberanistas apliquen los resultados del referéndum, ya que si no lo hacen, quienes quizás les abandonen sean aquellos que fueron vapuleados frente a los colegios electorales. La DI es inevitable, aunque eso no convertirá Catalunya en un Estado independiente de la noche a la mañana. La DI es un movimiento más de los muchos que quedan por hacer.

No creo que los dirigentes soberanistas hayan sido tan irresponsables de arriesgar su carrera y su cartera —además de invitar a los ciudadanos para que votasen en un referéndum no pactado, con las consecuencias que esto ha tenido para todo el mundo— para que ahora se echen atrás. Sería caer en el mismo error que cometió Artur Mas y su entorno en 2012. La arrogancia se paga, pero la debilidad se paga todavía más. Catalunya lleva cinco años inmersa en un proceso de autodeterminación. Debemos construir un país para todos, pero sin renunciar a lo que la mayoría, electoralmente hablando, quiere y reclama, hasta el punto de dejarse zurrar de lo lindo. “Live free or Die” es el lema que se puede leer en todas las matrículas de New Hampshire y que sale en la carátula de la magnífica serie sobre la independencia norteamericana John Adams. Lo que no puede ser es que a los políticos soberanistas les guste recordar ese lema y que después, a la hora de la verdad, se olviden de él. Como ha quedado claramente constatado, los unionistas solo saber oponer la fuerza y las amenazas a la resistencia popular. A la rebeldía. Esa ha sido siempre la fuerza del catalanismo. Mientras los ricos huyen, el pueblo defiende la patria.