Tal día como hoy del año 1811, hace 206 años, las tropas del ejército francés comandadas por el mariscal Suchet vencían las resistencias militares de Tarragona y, agujereando la muralla, conseguían penetrar en el interior de la ciudad. Entonces Tarragona era una pequeña ciudad de 10.000 habitantes recluida dentro del perímetro amurallado de lo que había sido la terraza superior de la Tarraco romana, pero dotada de una gran importancia estratégica por el control de las comunicaciones viales y marítimas entre Barcelona y València. Los ejércitos franceses habían llegado al pie de las murallas de la ciudad dos meses antes, destruyendo todos los baluartes defensivos dispersos por los alrededores, y lo habían sometido a un riguroso asedio.

El mariscal Suchet había exigido la rendición de la plaza con el compromiso de respetar vidas y bienes. Esta fórmula era habitual en las batallas donde había implicada población civil. Pero si una cosa nos revela el estudio de aquel hecho, es que tanto Suchet –el asaltante– como Contreras –el general español responsable de la plaza– eran dos auténticos carniceros. Contreras, a pesar de la inferioridad militar de sus fuerzas y aunque Tarragona –a pesar de su condición de plaza militar– era una ciudad con un corpus civil mayoritario; decidió inmolar su sociedad en un acto de patrioterismo irresponsable y criminal, como lo habían hecho Palafox en Zaragoza y Álvarez de Castro en Girona.

En el saqueo indiscriminado contra la población civil de Tarragona –que duró tres días: 28, 29 y 30 de junio de 1811– murieron más de 5.000 personas. Las fuentes revelan que los soldados franceses se entregaron a una auténtica carnicería, asesinando a familias enteras indefensas que se habían refugiado en la Catedral o en los diversos templos parroquiales de la ciudad. Poco antes del asalto, Contreras y su estado mayor habían abandonado Tarragona con la peregrina excusa de buscar refuerzos. El abandono de Contreras precipitaría el asalto y la masacre, que, al margen de las vidas humanas, representó la pérdida irreparable de una parte del patrimonio monumental de la ciudad.