Escuchando al rey de España el día 3 de octubre, en un discurso televisado inédito en que el monarca avaló la política de Mariano Rajoy, algunos pensamos que Felipe VI acababa de unir su suerte a la del Partido Popular —y a sus aliados, PSOE y Cs— como en septiembre de 1923, su bisabuelo lo hizo con el dictador Miguel Primo de Rivera. En aquel histórico discurso, Felipe de Borbón no sólo no puso ningún tipo de pero a la violencia policial del 1-O, sancionando la respuesta jurídico-represiva del Estado y la visión unitarista de la Constitución, sino que se dirigió expresamente y únicamente a los catalanes no independentistas, obviando al resto de ciudadanos del Principado. Su rostro crispado y la dureza de sus palabras parecían fruto de la ofensa personal que le producían los más de dos millones de catalanes que se manifiestan independentistas y —por extensión— republicanos, que no por el papel de árbitro y moderador, símbolo de un Estado, teóricamente, plural.

La ambigua sintonía con Catalunya de Juan Carlos I, con momentos álgidos como el discurso en el Salón del Tinell poco después del ascenso al trono, los Juegos Olímpicos o la boda de la infanta Cristina con Iñaki Urdangarin en Barcelona, estalló con el inicio del proceso soberanista, coincidiendo con la crisis del modelo constitucional del 78 y, más personalmente, el estallido del caso Nóos, que salpicó a la "Infanta catalana". Felipe VI no sólo no ha reconducido la situación, sino que se ha ganado la hostilidad manifiesta de los sectores independentistas, como se vio después de los atentados de la Rambla y Cambrils. El discurso en el cual nos referíamos al inicio —afianzado pocos días después, en motivo de la entrega de los premios Princesa de Asturias— hicieron que el president Carles Puigdemont replicara con un "Así, no majestad". Después del anuncio de aplicación del artículo 155 de la Constitución, el presidente recordó que no era "la primera vez que, también con el concurso del Rey, las instituciones catalanas reciben un golpe por parte del Estado, para rebajarlas, reorientarlas o, directamente, suprimirlas".

Felipe VI no sólo no ha reconducido la situación, sino que se ha ganado la hostilidad manifiesta de los sectores independentistas

Si bien es cierto que, siendo Príncipe de Girona en una visita al Parlament de Catalunya el 21 de abril de 1990 afirmó, en catalán, que "Catalunya será lo que los catalanes quieran que sea" y que ha usado esta lengua en discursos en nuestra casa, los desencuentros de la Corona con Catalunya van camino de ser tan notorios como los que tuvo Alfonso XIII, el rey que vivió durante su reinado el nacimiento, el impulso y auge del catalanismo.

1904: unas palabras memorables

Historiadores como Borja de Riquer en su libro Alfonso XIII i Cambó. La monarquia i el catalanismo político se han ocupado de la relación del catalanismo con la Corona, especialmente con el catalanismo conservador que creyó posible la autonomía catalana dentro de una monarquía compuesta. La otra alma del catalanismo, la que bebía de las fuentes del republicanismo federal, era por definición contraria a la monarquía. De todos modos, las relaciones entre la monarquía y el primer catalanismo no fueron buenas de inicio. Los primeros diputados en el Congreso, integrantes de la candidatura conocida como de los Cuatro Presidentes, fueron recibidos con hostilidad y acusaciones de separatismo, a pesar de su discurso moderado y reformista. Catalanistas y republicanos habían roto el monopolio de los partidos dinásticos y acabaron con el redil de los caciques Planas i Casals y Comas i Masferrer, representantes, respectivamente, de los conservadores y liberales. Y la actitud intransigente del gobierno había llevado a la prisión al joven Enric Prat de la Riba y había prohibido los Juegos Florales.

Las relaciones entre la monarquía y el primer catalanismo no fueron buenas de inicio

En este contexto, en 1904 se organizó un viaje del nuevo rey —había ascendido al trono hacía dos años, a los 16, poniendo fin a la regencia de su madre— en Catalunya. En Barcelona el Ayuntamiento había decidido hacer el vacío al monarca y no recibirlo en corporación, ni asistir a ninguno de los actos. El ambiente estaba tenso, se esperaba la protesta de los republicanos liderados por Lerroux y la posibilidad de un atentado, y el mismo Francesc Cambó había criticado el viaje a la prensa. Pero, paradójicamente, el joven rey con uniforme y a caballo sedujo la ciudad, que lo recibió entusiásticamente. Joan Maragall escribió los artículos conocidos como "De las jornadas reyals", y el hábil Cambó, al frente de un grupo de concejales, pidió ser recibido por el rey. Las palabras del dirigente lligaire fueron francas:

Esta ciudad, Señor, no se siente feliz. Se engañaría Vuestra Majestad si creyese que el contento que se manifiesta desde que os tiene en su seno indica que están satisfechas sus aspiraciones, que los graves problemas que tiene planteados y las hondas preocupaciones de su espíritu han desaparecido.

Barcelona, con ser ciudad grande y rica, quiere serlo mucho más y se siente con fuerzas y energías para conseguirlo, y para ello ni pide más que libertad para dar expansión a sus fuerzas y a las energías que en ella bullen, y pugnan en vano buscando una expansión que sólo en mínima parte le permiten las trabas de la Ley

[…]

Creemos, Señor, que estas ansias de libertad las juzgará Vuestra Majestad con benevolencia y sin prevención alguna. Que nosotros, como concejales de Barcelona, sólo deseamos que esta ciudad sea, no la primera de España, sino una de las primeras del mundo, y como catalanes deseamos la mayor prosperidad de Cataluña, como también desea Vuestra Majestad.

Francesc Cambó per Ramon Casas MNAC

Francesc Cambó per Ramon Casas / MNAC

El ejército, una de las bastiones monárquicas y anticatalanas

Este gesto supondrá el inicio de la relación entre el rey y Cambó, y también la ruptura con la Lliga de los sectores liberales y republicanos, como Jaume Carner o Ildefons Suñol, que fundarían  El Poble Català. Sin embargo, la ilusión de un entendimiento catalán con la monarquía será poco más que un espejismo, como lo había estado el Memorial de Greuges presentado a Alfonso XII y frustrado por la muerte del rey, cuando el 25 de noviembre de 1905, un grupo de militares de la guarnición de Barcelona asaltó la redacción del satírico Cu-Cut! y La Veu de Catalunya. Los responsables recibieron la felicitación del resto del ejército y de numerosos políticos. El mismo Alfonso XIII no sólo dio apoyo explícito a los militares exaltados de Barcelona, sino que forzó al Gobierno a suspender las garantías constitucionales en Barcelona y sancionó la Ley de Jurisdicciones, que otorgaba amplios poderes al ejército para juzgar las ofensas a la patria y sus símbolos. Como escribe Riquer, "al tolerar la insubordinación de los militares de Barcelona, el monarca había dejado el sistema político expuesto a nuevas presiones y chantajes, con lo que se debilitaba notablemente la supremacía del poder civil frente al militarismo​".

La ilusión de un entendimiento catalán con la monarquía será poco más que un espejismo

La actuación de los militares y la aprobación de la Ley de Jurisdicciones generó una amplia oleada de indignación que cristalizó en la formación de Solidaritat Catalana, un movimiento que pronto se convertiría en candidatura política formada por las tres fuerzas disidentes del sistema político de la Restauración: los catalanistas, los republicanos y los carlistas. En este sentido, uno de los candidatos sería justamente un militar que siendo teniente-coronel de ingenieros de la Comandancia de Ingenieros de Lleida que se había negado a dar apoyo a la acción de sus compañeros de armas, Francesc Macià. El mismo Macià en una carta transcrita por Josep M. Roig Rosich en su biografía Francesc Macià. De militar espanyolista a independentista català (1907-1923), hacía explícito que al aceptar la candidatura solidaria por les Borges Blanques, "les dije que yo era monárquico y que algunos sabían que yo debía gratitud a D. Alfonso por la protección que nos había dispensado; que siendo militar yo trabajaría cuanto me fuese posible a favor del ejército y que si bien era regionalista apoyaría cuantos proyectos presentara el Gobierno si los creía favorables a España sin fijarme si eran blancos o negros los que presentaran". Macià no sólo se vería obligado a pedir la baja del ejército español, sino que la experiencia política lo llevaría a convertirse en el líder de un partido separatista, Estat Català, el hombre que proclamó la República Catalana y el primer president de la Generalitat republicana.

En este contexto solidario, la actitud del rey fue de prevención ante las aspiraciones del catalanismo y, al mismo tiempo, de intento de aproximación de su sector más conservador, para fragmentarlo. Le fue otorgada la Cruz de Isabel la Católica a Prat de la Riba y se planificó un nuevo viaje real. Un viaje donde, a pesar de las promesas, Alfonso XIII no habló en catalán. Por más que Cambó dijera que "el día que hable catalán desaparecerán los recelos" y que durante este viaje al oír un discurso en catalán había mostrado su satisfacción, el Rey no usó nunca esta lengua.

"Borboneo" e intrigas

Desde la caída de Antoni Maura, líder del Partido Conservador después de la Semana Trágica, la política de la Restauración, diseñada por los difuntos Cánovas y Sagasta, empezó a chirriar, entre divisiones entre facciones de los partidos dinásticos. Esta circunstancia fue aprovechada por Cambó, convertido ya en un político imprescindible en las Cortes madrileñas. El rey, descontento con la situación, no actuaba como árbitro sino como agente político, interviniendo en la política y favoreciendo conjuras. Cambó fue participante activo y víctima de este "borboneo" —la tendencia innata de la casa de Borbón a entrometerse en la política española, más allá de su papel constitucional. El líder de la Lliga mantendría contacto con el rey durante el año 1917, cuando el sistema tembló con la acción de las Juntas de Defensa militares, las huelgas sindicalistas y las reuniones de la Asamblea de Parlamentarios. Como figura destacada de la Asamblea, consiguió la entrada en el gobierno de dos políticos catalanes, el regionalista Joan Ventosa i Calvell y el exrepublicano Felip Rodés, y ejercería él mismo como ministro de Fomento (1918-1919) y de Hacienda (1922).

El rey, descontento con la situación, no actuaba como árbitro sino como agente político, interviniendo en la política y favoreciendo conjuras.

Fue precisamente el año 1918 que en una entrevista privada Alfonso XIII, tal como explica Riquer, animó confidencialmente a Cambó a resolver el problema catalán, satisfaciendo las aspiraciones catalanas con su apoyo secreto, pero la operación no era sino una forma de tacticismo a fin de que se produjera un movimiento político en Catalunya que desactivara cualquier veleidad revolucionaria y acabara en nada. Fue el inicio de la campaña autonomista, influida por el final de la Gran Guerra, durante la cual Cambó herido en el orgullo llegó a explicar: "¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!".

A pesar de cierta decepción con el monarca, el 30 de noviembre de 1922 Cambó todavía sería impulsado —siempre en encuentros privados, en estancias secretas y con nobles como la duquesa Leticia Bosch-Labrús ejerciendo como intermediarios— por el mismo rey a convertirse con su concurso en el hombre fuerte del país, a cambio de instalarse en Madrid, renunciar al catalanismo y hacer profesión de fe española. Cambó ofendido y escarmentado por el engaño de 1918, no lo aceptó, aunque el año 1930 intentó in extremis salvar la monarquía poniéndose al frente de un nuevo partido, el Centro Constitucional.

Alfonso XIII, Primo de Rivera i Milans del Bosch

Alfonso XIII, Primo de Rivera y Milans del Bosch

"El que lo dice es un Borbón"

Como es sabido, el 13 de septiembre de 1923 el capitán general de Catalunya encabezó un pronunciamiento militar que lo llevaría a convertirse en dictador con aquiescencia del rey, que lo nombró presidente del gobierno y permitió la suspensión de la Constitución. A pesar de los numerosos apoyos que el programa autoritario y vagamente regeneracionista de Primo de Rivera había obtenido en Catalunya —en la que había prometido respetar, en su propósito de poner orden en el país, acabar con la crisis social y política—, la dictadura se ensañó especialmente contra el catalanismo, particularmente con la Mancomunitat de Catalunya, que había empezado su tarea el año 1914.

Primo de Rivera destituyó el Govern de la Mancomunidad y la puso bajo la responsabilidad del general Losada, hasta que el industrial Alfons Sala i Argemí fue nombrado presidente de una Mancomunitat descatalanizada. Sala era uno de los dirigentes de la Unión Monárquica Nacional, partido vinculado al rey del cual formaban parte algunos de los nobles creados durante su reinado, como el mismo Sala, conde de Egara, el barón de Viver, Darius Romeu i Freixa, o el conde del Montseny, Josep Maria Milà i Camps. Todos ellos ocuparían sitios destacados en las instituciones catalanas durante la dictadura y serían los responsables de aplicar el programa españolizador primoriverista. Después de la destitución de buena parte de los profesores, técnicos, funcionarios e intelectuales que formaban parte de las instituciones de la Mancomunitat, esta fue disuelta.

La dictadura se ensañó especialmente contra el catalanismo, particularmente con la Mancomunitat de Catalunya

Desde el principio, la sintonía del rey con los propósitos de la dictadura quedaron patentes en un discurso pronunciado ante los nuevos alcaldes de Catalunya, nombrados por Primo de Rivera, el 24 de mayo de 1924, y en el que se enredó en una reflexión histórica:

Fue el matrimonio Isabel y Fernando, y no hubo vencedores ni vencidos; no hubo más que hermanos y conyugues unidos. Como eso no era bastante, siguió la Historia escribiendo sus páginas, y llegó un momento en que un Rey, Felipe V, que algunos de vosotros recordaréis por sus procedimientos y por alguna de sus medidas, y esto el que lo dice es un Borbón. Yo sé que en aquellos momentos era necesario tomar medidas. ¿Por qué? Por Cataluña, para salvar a Cataluña. Después de aquello vino Carlos III, ¿y qué hizo? Pues coger los colores de la bandera catalana y de la aragonesa y hacer que éstos fueran los colores de España, de la bandera sacrosanta de España, que todos tenemos la obligación de defender.

Como decíamos al inicio, la identificación entre la Monarquía y la política centralista y anticatalana de la dictadura fue total. Caído Primo de Rivera, en agosto de 1930 las fuerzas catalanistas republicanas –Acció Catalana, Acció Catalana Republicana y Estat Catalán– se reunieron con sus homólogos republicanos españoles para dar apoyo a la proclamación de la República en España, a cambio de asegurar la autonomía para Catalunya. En las elecciones municipales del 12 de 1931 la suerte de la monarquía estaba en juego, e interpretadas por todo el mundo como un plebiscito, el rey comprobó, en palabras suyas, que no contaba con el amor de su pueblo, y abandonó el país. El exrey Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena murió en su exilio de Roma el año 1941.