El doctor Gregorio Marañón va ser un dels espanyols més polifacètics del segle XX: metge endocrinòleg de professió, però també prolífic escriptor –membre de la denominada generació de 1914, juntament amb José Ortega y Gasset o Ramon Pérez de Ayala, amb els quals fundaria la Agrupación al Servicio de la República–, historiador, pensador i autor d’estudis sobre temes de psicologia, sexualitat, ètica, a més de polític i intel·lectual de tarannà liberal.

A més del seu prestigi científic, aviat es va despertar en Marañón una inquietud social i cívica, que faria que, per exemple, l’any 1922 acompanyés al rei Alfons XIII a la depauperada i misèrrima regió extremenya de Las Hurdes, on la pobresa i les malalties congènites de tiroides que patia la població el van impressionar fortament. El seu liberalisme el va fer oposar-se a la dictadura de Primo de Rivera, un fet que suposaria a més, l’increment del seu compromís polític. Va predicar la seva defensa del liberalisme des de diferents tribunes i, com amic de Miguel de Unamuno, l’enervà la persecució del règim contra el professor de Salamanca. Tot i que no hi havia participat, fou acusat de complicitat amb la conspiració cívico-militar coneguda com “La Sanjuanada”, per la qual fou multat i empresonat.

A les albors de la República, el seu prestigi era enorme. Va ser a casa seva on el comte de Romanones i Niceto Alcalá-Zamora van pactar la sortida del Rei del país el 14 d’abril de 1931. Com a fundador i un dels màxims representants de l’Agrupación al Servicio de la República, va ser elegit diputat per la circumscripció de Zamora a les Corts Constituents. Tot i que li foren oferts càrrecs i era escoltat pel President de la República, la radicalització de la vida política el va anar allunyant de la política. Malgrat que en esclatar la Guerra Civil va donar suport a la República, els assassinats a la rereguarda madrilenya i el fet de trobar-se en perill el van fer abandonar la capital republicana cap a París. Des d’allà va donar suport als militars sollevats, basant-se en el seu profund anticomunisme, que el feia menystenir el perill feixista. L’any 1942 va tornar a Espanya i el règim va mirar de convertir la seva prestigiosa figura en una arma per millor la seva imatge, però Marañón va continuar sent, fins on va ser possible, un home de pensament liberal.

La relació del doctor Marañón amb Catalunya es remunta a fa cent anys, quan va ser consultat i va atendre al seu llit de mort de Castellterçol al president Prat de la Riba, que agonitzava per una malaltia endocrina. Durant la República va ser membre del Patronat de la Universitat Autònoma i va donar suport decidit al projecte. Políticament, no era partidari de la “conllevancia” resignada i fatalista d’Ortega, sinó que, profundament espanyol, denunciava “el eterno pecado de la incomprensión”, i com declarava a l’article seleccionat, apel·lava a l’amor i la mútua coneixença per davant de les passions i els tecnicismes legals i polítics per resoldre la qüestió catalana.

Gaziel va escriure: “Gregorio Marañón era un gran castellà dels nostres, vull dir d’aquells que els catalans, per molt que els estimem, mai no els estimarem prou perquè només en cau algun mot de tard en tard, com per miracle”.

 


No técnica, sino amor

Gregorio Marañón
El Sol, 25 de setembre del 1931

Una cuestión vital para la República y para la Patria. Un error de táctica ha estado a punto de hacer naufragar en las Cortes el problema del Estatuto catalán: sencillamente por no haber sabido ponerse a salvo –mientras esto es posible, que lo es en gran medida– del ambiente pasional que ha envenenado la cuestión durante años y años.

Esto ha sido y es todavía lo esencial del pleito catalán. No una cuestión de derecho estricto, sino un problema de pasión. No cabe duda que su resolución suscita una porción de puntos de vista técnicos que los catedráticos, tan copiosos ahora en la Cámara, examinan con una competencia que no tenemos los demás. Pero es lo cierto que los más doctos antes que ofrecernos razones científicas nos hablan de una porción de cosas que nada tienen que ver con la doctrina de antipatías, de segundas intenciones, de imposiciones, de chismes de lo que dijo Fulano o Mengano. Todo esto no se resuelve con razones, sino con una emoción de cordialidad.

Mientras el problema de Cataluña no se resuelva plenamente no estarán seguras ni la República ni la patria

Nuestra esperanza de que el problema catalán lo resuelva pronto y bien la República se funda precisamente en eso, no en que se halle una fórmula genial, que no hace falta, sino en que los de aquí y los de allá se olviden de sus viejos prejuicios y se hablen de corazón a corazón.

El día de ayer ha sido penosísimo para los que creemos que mientras el problema de Cataluña no se resuelva plenamente no estarán seguras ni la República ni la patria. Por primera vez hemos tenido la sensación de que quedaba en las Cortes constituyentes mucho más de lo que imaginábamos del espíritu mezquino y pasional que esterilizó a tantos y tantos Parlamentos del antiguo régimen. Hemos visto renacer los mismos prejuicios, las mismas actitudes fundadas en anécdotas, los mismos razonamientos de técnica abogadil movidos por pasión y contagiando hasta las cabezas más excelsas. Hemos vuelto a ver a los espíritus más modernos pendientes de los aplausos de las tribunas, eco de ese mal aire de la calle, donde todavía resuena la Marcha de Cádiz y ahora también la Marcha Real. La gran transformación de España no ha podido vencer ese reducto de una intransigencia mutua entre dos pedazos de España, que sin embargo es un reducto hecho, no de obstáculos fundamentales, sino de populachería.

Es preciso, desde luego, afinar el estudio de los problemas. Pero, sobre todo, entenderse con lealtad. Creo que no sería difícil. Yo me atrevo a decir que sería muy fácil si los castellanos estuvieran un poco mejor enterados de la realidad de Cataluña. Lo cierto es que el catalán, sobre todo el político catalán, conoce a España mejor que el político de aquí conoce los problemas de la región catalana; y, sobre todo, los hombres de Cataluña, que, en este momento, por necesidad y por táctica, aun cuando no fuera por sentimiento, son profundamente leales respecto de nosotros. Saben mejor que nadie que sus problemas vitales no pueden aislarse del mundo y que su intermedio tiene que ser la nación española. Pero no puede olvidarse que tienen también su problema interior, político, embravecido, que es una realidad que les ata las manos; y debe ser también una realidad para nosotros porque es una obligación que lo sea.

Lo cierto es que el catalán, sobre todo el político catalán, conoce a España mejor que el político de aquí conoce los problemas de la región catalana

Digo esto porque no soy catalán y porque soy español hasta la médula de mis huesos. Lo digo por puro amor, infinito, a España, que no convalecerá de tantos males hasta que viva en paz con ese pedazo de su cuerpo. Y para ello hay que darle lo que es justo; pero, sobre todo hay que dárselo con un gesto de amor sin reservas. No se ha hecho todavía esta experiencia ni por ellos ni por nosotros. Ahora es el instante de hacerlo. Y ello nos unirá para siempre y solo ello.

La fórmula que han votado los jefes de las minorías tienen que aprobarse. Se podrá no estar conforme con algunos de sus puntos que se discutirán y se corregirán, si es preciso. Pero hay que tomarla como un punto de partida en la técnica de la solución y sobre todo en la conducta de los españoles de aquí y de allá. Tienen que terminar esas rencillas tan viejas que han sido tan funestas en el alma de la calle como en los espíritus más altos y más abarrotados de sabiduría catalana o española.

Y hay que ahorrar muchas palabras.