Los archifamosos Sherlock Holmes y su ayudante Watson deciden parar una noche en la campiña inglesa aprovechando las buenas condiciones climatológicas. Llegados al lugar elegido, después de un análisis minucioso, montan la tienda de campaña. Horas más tarde, ya entrada la noche, Sherlock Holmes se despierta y llama a su fiel amigo: 

Watson por favor, mire al cielo y dígame qué ve.

Watson se despierta sobresaltado, todavía somnoliento, abre los ojos, mira al cielo y responde: —Pues… bien… veo millones y millones de estrellas.

Y eso, ¿qué le indica, querido Watson?

Watson termina de despertarse, se da cuenta de que va a tener que responder con más precisión y plenamente decidido a impresionar a su amigo con sus dotes deductivas, contesta: 

Desde un punto de vista astronómico, me indica que existen millones de galaxias y, por lo tanto, billones de planetas… Astrológicamente hablando, me indica que Saturno está en conjunción con Leo… Cronológicamente, deduzco que son aproximadamente las 3:15 de la madrugada

A estas alturas Watson está ya lanzado y se recrea en su exposición: 

Teológicamente, puedo ver que Dios es todopoderoso y nosotros pequeños e insignificantes. Meteorológicamente, intuyo que mañana tendremos un hermoso y soleado día... 

Llegados a este punto, Watson, totalmente crecido y convencido de haber dado cumplida respuesta, pregunta a Holmes: 

Y a usted, ¿qué le indica este cielo, mi querido Holmes?

Holmes se queda mirando fijamente a Watson y tras un corto silencio, le dice: 

—¡Algo elemental, querido Watson! Cada día es usted más estúpido. ¡Nos han robado la tienda de campaña mientras dormíamos!, ¡Nos han robado la tienda de campaña! … Y no es capaz de percibir lo esencial, más allá de los contextos

En Catalunya, como Watson en la noche de acampada, hablamos y hablamos sobre el futuro del trabajo en foros y seminarios, creamos departamentos, consejerías y direcciones generales, añadiéndoles títulos rimbombantes como “transformación digital”, “inteligencia artificial” o “Industria 4.0... Hacemos “pactos por la industria” en los que se reitera, una y otra vez, la urgente necesidad de un cambio de nuestro actual modelo productivo. Y, en cambio, somos incapaces, como el bueno de Watson, de percibir la evidencia principal. De percibir lo que desde todos los ámbitos, año tras año, informe tras informe como ahora el reciente de PISA, nos delata que nuestro sistema educativo es de los más deficientes de Europa. Y, lo más preocupante, que cada nuevo informe es peor que el anterior.

A menudo se usa el autocomplaciente eslogan "La escuela catalana, un modelo de éxito", que una vez fue realidad, pero hoy es ficción

Pero lo más llamativo, por no calificarlo de lo más estúpido, es que, a pesar de que conocemos estas alarmantes señales que desde hace casi dos décadas nos vienen advirtiendo del deterioro de la enseñanza en Catalunya por los bajos ratios en competencias básicas que adquieren una parte del alumnado y por los altos niveles de fracaso escolar o por los elevados índices de abandono escolar prematuro, la sociedad y en particular las instituciones públicas no han sido capaces de reaccionar, incluso no pocas veces se ha seguido respondiendo con el autocomplaciente eslogan La escuela catalana, un modelo de éxito, que una vez fue una realidad, pero hoy, viendo sus resultados, es una ficción.

Aunque de todo, lo más grave y alarmante, porque expresa un rotundo fracaso no solo de nuestro sistema educativo sino del conjunto de la sociedad, y nos debería ruborizar, es la relación directa que hay entre los éxitos escolares y el estatus socioeconómico familiar, en lugar de entre las capacidades y el esfuerzo del estudiante. No hay ejemplo más claro de injusticia social, como nos indican las muchas investigaciones publicadas sobre la equidad, que unos niños y niñas de ocho años de clase socioeconómica alta le lleven a los de su misma edad de clase baja una media de casi dos cursos de ventaja.

Somos una sociedad estúpida por haber sido incapaces de situar en el centro del debate político y social la corrección de este grave déficit, seguramente porque las instituciones catalanas han estado en otras cosas más divertidas. Estúpida por no entender que es una emergencia social, como hizo en la década de los setenta Finlandia. Como hizo Estonia hace dos décadas cuando situó la formación en el eje de su proyecto de nuevo país, lo que le ha permitido convertirse en un positivo ejemplo en la OCDE de excelencia educativa y equidad. O como nuestro vecino Portugal, que desde hace unos pocos años ha sido capaz de reaccionar y hoy es el país que está mejorando a mayor velocidad sus índices en PISA.

Lo más grave es la relación directa entre los éxitos escolares y el estatus socioeconómico familiar. No hay ejemplo más claro de injusticia social

Después del shock que ha producido el último Informe PISA, en el que Catalunya una vez más obtiene unos resultados “alarmantes”, hemos podido oír y leer múltiples opiniones y dictámenes que explican este fracaso. Que van desde la segregación escolar, las desigualdades sociales, los fuertes cambios demográficos, la falta de recursos, los nuevos métodos de enseñanza no contrastados, la debilitada autoridad del profesorado, las nuevas tecnologías, el teléfono móvil... La pregunta que nos podemos hacer es si las instituciones y colectivos implicados, Govern, partidos, sindicatos, enseñantes…, mantendrán la actitud que venimos arrastrando desde hace décadas en relación con la educación y la formación. Si seguirán cada uno, sin autocrítica, manteniendo las posturas y argumentos defensivos y corporativos al afirmar que ven las causas de este fracaso en las otras instituciones o colectivos.

Porque, si las respuestas fueran afirmativas, seguiremos con el mismo tran tran y difícilmente podremos imaginar un futuro mejor. Esperemos que no sea así y que la alarma social que se expresa estos días en todos los ámbitos sirva para abrir una nueva etapa con inteligencia y se afronten las reformas necesarias para corregir este grave déficit. Y que no sea un fer volar coloms una vez más, como lo han sido muchos de los pactes nacionals.

No seamos estúpidos, nos jugamos el futuro.