Hace más de cuarenta años que World Economic Forum (WEF) publica su Informe anual de Competitividad Mundial. Un trabajo de destacados expertos cuyas conclusiones sirven para identificar fortalezas y debilidades, así como para una evaluación comparativa de los motores de la competitividad a largo plazo de cada uno de los 142 países analizados. En el último Informe España ocupa el puesto 23º del ranking, cuando en 2002 estábamos en el 22º y hace diez años en el 35º. 

Con relación a España, de los Informes de los últimos años llaman especialmente la atención algunos aspectos. Por ejemplo, ocupamos un lugar privilegiado, nada menos que el 4º, en escuelas de negocios, pero un modesto 43º en calidad directiva. Destacamos en el número de alumnos matriculados en educación superior, estamos entre los 10 primeros países, pero en capacidad de innovación ocupamos el puesto 57º, y el 44º en número de científicos e ingenieros. Son evidencias que explican algunas de las razones de nuestro déficit de competitividad en relación con los países líderes. Podríamos decir que no basta con tener mucha universidad si seguimos manteniendo el divorcio histórico de esta con el mundo del trabajo, con la producción, la empresa y el emprendimiento.

No basta con tener mucha universidad si seguimos manteniendo el divorcio histórico de esta con el mundo del trabajo y de la empresa

El informe analiza 100 indicadores que influyen directa o indirectamente en la competitividad de un país. Desde la independencia judicial a la eficacia de la Administración, pasando por el sistema bancario, la gestión del gasto público y el marketing, hasta la utilización de la tecnología, la capacitación, los niveles de digitalización… En unos resultamos calificados mejor que en otros y sabemos que muchos de esos déficits pueden resolverse con recursos, mejorando servicios y con nuevas leyes que contribuyan a corregirlos.

Pero hay un indicador en el que suspendemos año tras año como país, el cual no hay dinero ni leyes que lo puedan mejorar porque depende de la voluntad colectiva. Es el referido a “la confianza y cooperación entre empresa y empleados”. Lo que expresa que tenemos un grave déficit en una de las condiciones imprescindible a la hora de responder a los retos que se plantean en la nueva empresa y su organización del trabajo, como es la confianza mutua. La base en la que se sustenta el interés, el compromiso y la capacidad creadora de los trabajadores y trabajadoras de una empresa.

Por ello, urge modernizar la mayoría de los actuales convenios colectivos, más propios de la vieja empresa, de la empresa jerárquica y autoritaria. Para poder avanzar en confianza y cooperación entre empresa y trabajadores se precisan instrumentos sencillos, pero reales, que faciliten la participación de sus trabajadores y trabajadoras, que promuevan y garanticen una mayor transparencia en la gestión, una información veraz sobre la marcha de la empresa y sus objetivos. Urge una nueva cultura de empresa que reconozca el esfuerzo individual y colectivo porque solo este permitirá desarrollar la innovación de los productos y de los procesos en los que interviene cada persona, algo no siempre derivado de la posición que ocupa.

Urge modernizar la mayoría de los actuales convenios colectivos, más propios de la vieja empresa, de la empresa jerárquica y autoritaria

Se construye confianza y cooperación en las empresas cuando se motiva a las personas y se reconoce que, además de sus manos, lo más importante de cada una es su cerebro. Cuando el puesto de trabajo se convierte en el ámbito esencial para la formación y la innovación. Cuando se entiende que los recursos humanos son un bien a cuidar, por no decir a mimar, ya que, por mucha crisis que se anuncie o soportemos, son las personas el recurso principal de una empresa y de un país, del que puede salir la mejora de la competitividad y gran parte de la innovación que necesitamos. 

Una falta de confianza y cooperación que padecen tantas empresas, es también un síntoma de la desafección que están viviendo amplios colectivos, especialmente jóvenes, hacia su trabajo. Como expresión, unos casos, de sus malas condiciones o, en otros, como sentimiento de escasas expectativas de promoción laboral y social y todos como la expresión de un modelo de gestión sin participación e implicación en la marcha y resultados  del conjunto de personas que forma parte de la empresa.

Esperemos que los próximos Informes de Competitividad Mundial, reflejen el necesario avance en confianza y cooperación nuestras empresas.