A Sergio Boj no le dejaban soldar. En el taller familiar —hierro, puertas, rejas— siempre oía lo mismo: “A mí nadie me ha enseñado”. Cuando los mayores salían a instalar, él enchufaba la máquina a escondidas y practicaba con el gatillo. A los 17 ya hacía portones de edificio “de tela”. A los 23, cansado de jerarquías domésticas (“el mayor no quiere ceder, el otro se va, el otro viene”), se fue con un hermano y dos máquinas de soldar. Después llegó la crisis, cada cual tomó su rumbo y desde 2010 trabaja solo.

Se define con precisión: “Carpintero metálico”. No hace gran estructura; mide, fabrica en taller e instala “cuando toca”, aunque preferiría no salir: “Disfruto mucho del taller. Instalar me pone nervioso, quiero dejarlo bien”. La clientela se armó por boca-oreja en la costa: “El 95% son extranjeros: ingleses, belgas, noruegos, suecos”. Pide seguridad y privacidad: rejas, contrapuertas, vallas de cristal para soláriums, trasteros para la playa y cocinas de exterior en aluminio “con su granito y la fontanería lista para atornillar”. Trabajo no falta: “Prácticamente viene solo”. Con plazos largos, la logística es simple: le dejan llaves, él entra, instala, manda una foto por email y cobra por transferencia. La burocracia, “al día, en el propio taller”: soldar, responder un correo, hacer una factura.

Sergio Boj en el podcast Sector Oficios contó su situación
Sergio Boj en el podcast Sector Oficios contó su situación

Aprender cuando nadie te enseña

De la empresa familiar le quedó la constancia y una cultura áspera: “No me da la sensación de que estén enseñando a hacer un portón, una puerta preleva, una valla. Como que se quiere guardar el saber”. Boj aprendió mirando en plantas de lacado: copiaba soluciones y pulía acabados. Esa mezcla de curiosidad y método pasó a las redes para demostrar a sus clientes que él mide, suelda e instala. Un vídeo modesto —una puerta con arco— se disparó: de menos de mil a cientos de miles en un día; en un mes, un millón y medio; hoy, ronda los tres millones. Sin voz en off: “Me aburre que me lo cuenten; prefiero ver a uno haciendo”.

MAG, TIG y la nueva forma de trabajar

En su taller, Sergio usa sobre todo soldadura MAG, la más habitual en carpintería metálica: mezcla de gas y hilo de aporte para unir el hierro. Cuando trabaja con acero o aluminio, recurre al TIG, que usa gas puro y requiere más precisión y pulso. El electrodo apenas lo toca, salvo para trabajos concretos.

“Antes ajustabas la máquina por el sonido, ahora eliges el tipo de metal y el grosor y la máquina hace el resto”, explica. La tecnología le ha permitido mantenerse solo: “Hoy tengo máquinas en lugar de trabajadores. No hay mano de obra y los números no salen”.

Cuando el trabajo se acumula, tira de ayuda externa: “Llamo a un autónomo, terminamos y paso al siguiente. No me complico”.

Sergio Boj
Sergio Boj

Formación y relevo

Boj ve un bache generacional —“se perdieron dos o tres”. Le invitan a contar su experiencia en los cursos de FP y aplaude los concursos de institutos: “Da gusto ver gente joven”. Pero insiste en el sesgo: “Se preparan para estructuristas o tuberos. En carpintería metálica falta enseñar a cuadrar una puerta, a poner un marco atrasado, a resolver un portón”. Mientras tanto, el mostrador deja rarezas: la sombrilla que hay que reforzar a diario y el cliente que llevó cucharillas de café para soldarlas entre sí. Y una advertencia de taller: nadie olvida la primera vez que mira el arco sin careta; la cura de siempre, patata en los ojos y a esperar.

A estas alturas, Boj no sueña con crecer en personal ni en radio de acción. Sueña con lo de siempre: taller, orden, puente-grúa, máquinas que no fallan y piezas que ajustan. Si solo pudiera quedarse con una herramienta: “La de soldar”. El resto es rutina: un hombre, varias máquinas y una cola paciente. “Hoy tengo máquinas en lugar de trabajadores: no hay mano de obra”.