Rodolfo Sancho las está pasando canutas. Que su hijo Daniel Sancho le ha sometido al calvario más bestia de su existencia es indiscutible. Cómo reaccionaríamos en una situación parecida es un misterio que, lo confesamos, no tenemos ninguna intención de resolver. El hijo del famoso actor puede ser declarado culpable de asesinato y de descuartizar al cirujano colombiano Edwin Arrieta en Tailandia. Se enfrenta a la pena de muerte, habitual en casos de sangre en aquel país. Todo lo que ha ido manando del crimen ha conmocionado a la opinión pública, a la vez que alimentaba el interés más morboso de los aficionados este género del true-crime. Su vida personal también ha salido a la luz, y no siempre de manera positiva. Un desastre. El juicio ya ha empezado, y en dos sesiones se confirma que padre e hijo van a una. La estrategia es común, el comportamiento similar.

El inicio de la vista vino precedido del estreno de un testimonio exclusivo de Rodolfo Sancho en la plataforma HBO. Una bomba audiovisual por la que habrá facturado una fortuna, o cuando menos intentarlo. Los abogados de la criatura y los gastos por todo el pitote que ha organizado no son baratos. Se entiende esta necesidad, pero tampoco podemos ser ajenos a una realidad: ha comerciado con la desgracia. Y de manera pública. Por lo tanto, determinados discursos sobre privacidad, intimidad, etcétera, se convierten en excusas de mal pagador. Y si vienen acompañadas de altivez, peor.

Explica 'El Mundo' el testimonio de uno de los pocos asistentes al juicio a puerta cerrada, y que describe la actitud del Daniel en el banquillo de los acusados. Un show: "No para de hacer aspavientos, con aires chulescos, como si fuera el director de orquesta del juicio. Se le ve muy seguro de sí mismo. El juez le permite preguntar a los testigos y él se atreve a cuestionar lo que dicen. Hubo un momento en el que el magistrado le llamó la atención, recriminándole que no puede amedrentar a los testigos cuando estos tienen la palabra". No somos penalistas ni visionarios, no sabemos si la defensa del español tendrá alguna oportunidad para salvar a su cliente o si el desenlace será el que muchos prevén; en todo caso, su agresividad no hace pensar en ningún beneficio para su futuro.

Daniel Sancho durante la reconstruicció del crimen / Atresmedia
Daniel Sancho / Atresmedia

Los gestos lo son todo, y el que ha tenido hace unas horas su padre Rodolfo Sancho cuándo llegaba a la nueva sesión del juicio, es llamativo. Pelearte con los informadores desplazados hasta allí, con tono de chulería y acabar con una amenaza teatral al personal, tampoco sería un 10 en estrategia. Empezaba con un victimista "yo os trato con educación y respeto y espero lo mismo de vosotros, ¿vale? Así que, por favor, no me cerréis el paso, dejadme pasar, no me empujéis, no me pongáis zancadillas, no me piséis, no me persigáis por la isla". No se trata del fondo, sino de la forma en la que habla. Cosa que al final acaba confluyendo. "En este país está prohibido grabar a la gente en público y hacerle fotografías. No tengamos un problema, ¿de acuerdo?" No ha mejorado la cosa a la salida: "¿En qué hemos quedado esta mañana? En que me dejáis pasar, ¿no? Venga, gracias. Buf, madre mía, eh. Empujáis literalmente, o sea, realmente me vais a acabar tirando al suelo"

Rodolfo Sancho EFE
Rodolfo Sancho en Tailandia / EFE

Queda claro: los nervios le están pasando factura.