Joan Manuel Serrat sabía perfectamente que había llegado el momento de su despedida de los escenarios. No porque se hubiera cansado de la música, eso sería imposible, nunca sucederá, ya que él seguirá componiendo hasta el fin de sus días, sino porque había llegado el momento de cambiar la velocidad y priorizar otras cosas, como la familia y el bienestar. Dejar los escenarios no significaba jubilarse de la vida, sino empezar a vivirla con otra cadencia: más lenta, más íntima, más suya. Y en ese nuevo compás, Menorca se ha convertido en un lugar de descanso.

Joan Manuel Serrat con su nieta Luna Serrat / Instagram
Joan Manuel Serrat con su nieta Luna Serrat / Instagram

Hace décadas que Serrat encontró en la isla balear un rincón donde esconderse del ruido del mundo. Un lugar que visitó primero como quien busca descanso tras una gira interminable y que acabó convirtiéndose casi en algo así como su tierra natal. Menorca para él no es un simple destino: es un refugio emocional, la casa que eliges cuando ya has pasado por todas las otras. Allí veraneó año tras año, allí compuso, allí sanó. Y allí llevó las cenizas de su madre para darle el último adiós mirando al mismo mar que él ha cantado tantas veces.

Joan Manuel Serrat se refugia en su casa de Menorca donde ha encontrado tranquilidad 

Aunque su retirada de los escenarios emocionó a miles, Serrat se resiste a vivir como si ya hubiera dicho todo. Suele repetir que sigue “activo”, como si necesitara aclararlo. Y es verdad: de vez en cuando se sube a un escenario, pero solo cuando la causa lo merece. Como ocurrió en el Teatro Principal de Mahón, donde volvió a cantar para una gala solidaria que lleva su nombre y su compromiso tatuado en el fondo. “Este concierto es especial porque aquí está mi casa”, confesó. Y lo dijo como solo lo dice alguien que realmente pertenece a un lugar.

Su vivienda en Menorca –a la que llama su rincón Mediterráneo, casi como una extensión de su canción más eterna– es justo lo que uno imagina para un artista que ya lo ha vivido todo: ventanales enormes, terraza amplia, jardín con olor a sal y ese horizonte infinito donde las preocupaciones, si llegan, entran flojas y se marchan rápido. Allí escribe, recuerda, mira, descansa. Allí sigue siendo Serrat sin necesidad de demostrar nada. Desde su “ventana ve el mundo”, dice.

Esa casa se suma a su patrimonio en Madrid y Barcelona, aunque ninguna de las dos tiene el peso emocional de su refugio menorquín. En Menorca, Joan Manuel Serrat se permite lo que hoy casi nadie puede: desconectar de verdad. A sus 81 años, ya no necesita grandes gestos ni escenarios abarrotados. Le basta con el sonido del mar, el sol entrando por los ventanales y la libertad de seguir creando sin prisa.

Y quizá ahí esté el secreto: Serrat no se ha retirado. Solo ha aprendido a vivir de otra manera. Y Menorca, su isla, su casa, es el lugar donde por fin puede hacerlo. ¿Quién podría culparlo?

Serrat en Menorca
Serrat en Menorca