Joan Manuel Serrat no necesitó dramatizar su adiós a los escenarios para que se entendiera. Simplemente supo leer el momento. Después de una vida entera cantando, viajando y emocionando a generaciones enteras, decidió que había llegado la hora de bajar el volumen. No de apagarlo. Porque la música sigue ahí, formando parte de su rutina diaria, pero ahora sin horarios, sin presión y sin la obligación de rendir cuentas a nadie más que a sí mismo.

Joan Manuel Serrat

Ese cambio de ritmo lo ha llevado a refugiarse en un lugar que conoce bien y que siente como propio desde hace décadas: Menorca. La isla no apareció de repente en su vida como un capricho tardío, sino que ha sido una presencia constante, discreta y fiel. Primero fue un destino de descanso tras giras agotadoras, luego un espacio creativo y, con el paso del tiempo, un hogar emocional. Menorca se convirtió en ese sitio al que se vuelve cuando ya no hace falta demostrar nada.

Allí, lejos del ruido y de la mirada constante del público, Serrat ha encontrado una calma difícil de explicar con palabras. Es la tranquilidad de los lugares que no exigen, que no empujan, que simplemente acompañan. En la isla ha pasado veranos enteros, ha escrito canciones, ha caminado sin prisa y también ha vivido momentos profundamente íntimos, como el de llevar hasta allí las cenizas de su madre para despedirse de ella frente al mismo mar que tantas veces ha cantado.

Joan Manuel Serrat se refugia largas temporadas en Menorca

Su casa en Menorca es un reflejo exacto de esa etapa vital. No es ostentosa ni pretende serlo. Grandes ventanales que dejan entrar la luz, una terraza abierta al horizonte, un jardín donde el Mediterráneo se cuela en forma de brisa salada y silencio. Desde allí, Serrat observa el mundo a distancia, sin necesidad de intervenir constantemente. Es un espacio pensado para mirar, para escribir, para recordar y, sobre todo, para descansar.

Aunque anunció su retirada definitiva de los escenarios, el cantautor insiste en que sigue activo. Y lo demuestra cuando acepta participar en actos muy concretos, especialmente aquellos ligados a causas solidarias. Hace poco volvió a subirse a un escenario en el Teatro Principal de Mahón, un lugar cargado de significado personal. Allí explicó que lo hacía porque estaba “en casa”. No como una frase hecha, sino como una verdad sencilla.

Su vivienda menorquina se suma a otras propiedades en ciudades como Madrid o Barcelona, pero ninguna tiene el peso simbólico de este refugio isleño. En Menorca, Serrat no es una figura pública, es un vecino más. Puede permitirse el lujo de desaparecer un poco, de vivir sin agenda y sin expectativas ajenas.

A sus 81 años, Joan Manuel Serrat ha entendido algo esencial: retirarse no es dejar de vivir, sino aprender a hacerlo de otra manera. Más despacio, más consciente. Y en esa vida sin focos, su casa en Menorca no es solo un lugar donde reside. Es, probablemente, el sitio donde por fin puede ser plenamente él.

Serrat en Menorca