Desde hace meses, Isabel Preysler, ícono del glamour, vive encerrada en su casa de Puerta de Hierro, alejada de eventos, cámaras y compromisos profesionales. Ya no hay campañas publicitarias con marcas de lujo, ni paseos por alfombras rojas, un cambio radical para quien fue el rostro favorito de la alta sociedad española. El silencio, cada vez más prolongado, ha dado paso a una preocupación creciente: ¿está Isabel enfrentando una enfermedad grave?
Su ausencia no ha pasado desapercibida. Ni siquiera las revistas del corazón, expertas en retratar cada movimiento de la socialité, han logrado captar imágenes recientes sin despertar alarma. Y es que, cuando aparece, lo hace acompañada de asistentes o familiares que la ayudan incluso a subir simples escalones. La imagen es devastadora: rostro demacrado, cuerpo frágil, mirada perdida.
Desgaste físico y emocional: Isabel, entre la melancolía y la enfermedad
Según el fotógrafo Sergio Garrido, cercano a fuentes del entorno Preysler, la salud de Isabel se ha deteriorado de forma acelerada. La versión más inquietante circula desde Miami: medios especializados aseguran que la matriarca del clan estaría recibiendo tratamiento médico domiciliario por una enfermedad crónica, y que sus movimientos están bajo estricta vigilancia para evitar filtraciones a la prensa. Pero no todo se reduce a su salud física. El estado emocional de Isabel Preysler es crítico, marcado por el duelo tras la muerte de Mario Vargas Llosa y, especialmente, por el deterioro de su relación con su hija Tamara Falcó. El regreso de Íñigo Onieva a la vida de Tamara no solo reavivó escándalos del pasado, sino que ha dividido profundamente a madre e hija.
Veto absoluto: Isabel Preysler no quiere ver a Íñigo Onieva ni en pintura
Lejos de ser un simple desacuerdo familiar, la animadversión de Isabel hacia Íñigo Onieva es tajante y sin retorno. No hay matices: lo considera una influencia nociva y ha impuesto una regla inquebrantable en su hogar. "Si Tamara viene con Íñigo, mejor que no venga", habría dicho, según fuentes cercanas. La reciente graduación de su nieto, Alejandro Altaba Iglesias, en Washington fue la prueba más clara. Isabel y Tamara asistieron juntas, pero bajo una condición no negociable: Onieva estaba vetado del evento. Detrás del gesto elegante de su reaparición pública, se escondía una guerra silenciosa. El viaje, más que una celebración, fue un intento de reconstruir puentes rotos con su hija, bajo términos estrictos.
La ex de Julio Iglesias nunca superó el escándalo que protagonizó Íñigo al ser infiel a Tamara en plena exposición mediática. Para una mujer obsesionada con la imagen pública, esa humillación fue intolerable. Y que Tamara decidiera perdonar y casarse con Onieva, fue una puñalada emocional. El conflicto ha ido escalando. Hoy, Isabel Preysler ha optado por el distanciamiento total. No hay reproches públicos, pero sí un frío y calculado silencio. El daño está hecho, y la herida no cicatriza. Las visitas se han reducido al mínimo, las llamadas son esporádicas, y las apariciones conjuntas, casi inexistentes. ‘La reina de corazones’, otrora epicentro de la vida social española, se consume ahora en su propio exilio dorado.