Pocos saben que Isabel Preysler, la reina indiscutible de las portadas y musa de la alta sociedad española, no siempre vivió rodeada de glamour y exclusividad. Su llegada a Madrid, a finales de los años sesenta, estuvo marcada por la incertidumbre, la soledad y un pasado familiar lleno de sombras. Hoy, cuando prepara la publicación de 'Mi verdadera historia', editada por Espasa, emergen secretos hasta ahora silenciados: quién la acogió, quién la protegió y cómo una familia influyente la catapultó al epicentro del poder social y económico de la capital española.
La joven Isabel aterrizó con apenas una maleta y un sinfín de dudas. Sus padres, temerosos de que repitiera los pasos erráticos de algunos de sus hermanos, afectados por adicciones, vieron en España una tabla de salvación. Pero la realidad de aquellos primeros meses distaba mucho del lujo que después la rodearía. La tímida filipina se encontró perdida, sin amigas ni contactos, y con la pesada carga de ser una extranjera en un Madrid rígido y vigilado por el franquismo.
Los Sainz de Vicuña: la llave dorada de la alta sociedad madrileña
Cuando Isabel Preysler parecía destinada al anonimato, apareció en escena una familia que cambiaría su destino: los Sainz de Vicuña, una de las dinastías más poderosas de la élite madrileña. Su “Tío Teddy”, Eduardo Sainz de Vicuña, no solo fue su padrino en España, sino también su protector y mentor en los pasillos donde se decidía quién pertenecía a la alta sociedad. Con conexiones empresariales internacionales —incluyendo acciones en la cervecera Quilmes gracias a su matrimonio con la heredera argentina Inés Bemberg—, Teddy abrió para Isabel las puertas de un universo exclusivo. De repente, la joven recién llegada se vio rodeada de aristócratas, empresarios y políticos que movían los hilos de la economía española. En cuestión de meses, pasó de sentirse aislada a ser la invitada exótica que todos querían tener en sus recepciones privadas.
Del anonimato al estrellato: la reinvención de Isabel en Madrid
El poder de esta familia madrileña no se limitaba a lo social. Juan Manuel “Johnny” Sainz de Vicuña fue el hombre que introdujo la Coca-Cola en España y estaba casado con Fernanda Primo de Rivera y Urquijo, pariente cercana del dictador Franco. Sus contactos políticos y empresariales eran un imán irresistible para quienes querían avanzar en la España de la época. Isabel Preysler se convirtió en su protegida, disfrutando de privilegios vetados para la mayoría de inmigrantes.
José Antonio, el cineasta de la familia, también tuvo un papel crucial. Dueño de la productora Impala, la acercó al mundo del cine y del glamour. Estrenos privados, fiestas selectas y encuentros con actores y empresarios fueron moldeando la nueva imagen de Isabel. Pero el clan fue más que un círculo de amistades. Eran su escudo frente a la crítica y el aval que necesitaba para ser aceptada en una sociedad que no perdonaba a los advenedizos. Bajo su amparo, la madre de Tamara Falcó aprendió el arte de moverse entre los poderosos, perfeccionó su encanto natural y se posicionó como protagonista indiscutible en los salones más exclusivos de Madrid.
El tiempo confirmó que aquella protección fue decisiva. Sin los Sainz de Vicuña, es probable que Isabel Preysler hubiera permanecido en la penumbra, atrapada entre la nostalgia de Manila y la frialdad de una capital desconocida. Pero gracias a ellos, se reinventó en apenas un año, preparada para escribir el siguiente capítulo de su vida: el encuentro con Julio Iglesias, el cantante que la convertiría en mito.