La vida de Juan Pablo Escobar, hoy conocido como Sebastián Marroquín, nunca tuvo nada de normal. Su infancia no estuvo hecha de juegos, escuela y amigos del barrio. Estuvo hecha de miedo, secretos y hombres armados. Así lo recuerda él mismo cuando resume su origen: nació en Medellín en 1977, en el epicentro del imperio criminal más poderoso del siglo XX, el que dirigía su padre, Pablo Emilio Escobar Gaviria.
El relato aparece en su cómic “Escobar, una educación criminal”, una obra donde reconstruye, sin filtros, cómo fue crecer siendo el hijo del hombre que controló el 80% de la droga que entraba en Estados Unidos en los años 80. No lo hace desde el morbo, sino desde la memoria. Desde la necesidad de explicar por qué su niñez fue borrada antes de empezar.

Juan Pablo Escobar se crio entre los sicarios de su padre, Pablo Escobar
Él mismo lo contó en A Vivir de la cadena SER: “No tuve infancia”. No jugaba. No compartía patio con otros niños. No conocía la espontaneidad. Sus días transcurrían rodeado de los mismos hombres que su padre enviaba a matar. “Los sicarios de mi padre eran mis niñeras”, afirma. Eran su compañía. Su protección. Y a la vez, el recordatorio permanente del mundo al que estaba atado sin quererlo.
Cuando Pablo Escobar cayó abatido el 2 de diciembre de 1993, Juan Pablo tenía solo 16 años. Fue entonces cuando entendió que vivía en el centro de una guerra que él no había elegido. Su padre era ya una figura casi mitológica: el Zar de la cocaína, multimillonario, temido, responsable de atentados, asesinatos y masacres que dejaron más de 3.000 muertos. Su riqueza llegó a ser tan descomunal que la revista Forbes lo colocó entre los más ricos del planeta.
En su libro, el hijo del capo relata el origen del odio de su padre hacia las élites colombianas. Un resentimiento construido desde la miseria y transformado en violencia. Aquella rabia lo llevó a ordenar la explosión de un avión en pleno vuelo y a dinamitar edificios enteros en Bogotá. Colombia vivió años de terror bajo su sombra.

Camino contrario al de su padre
Pero Juan Pablo decidió no repetir la historia. Con el tiempo pidió perdón públicamente a las víctimas de su padre. Se definió como pacifista. Se formó como arquitecto, se convirtió en escritor y hoy colabora con instituciones y organizaciones que trabajan para prevenir la violencia y las adicciones. Hablar en voz alta, dice, es su manera de “espantar los fantasmas”.
También es padre. Y con su hijo de 12 años ha elegido la transparencia absoluta. “Le conté que su abuelo fue un terrorista, un narcotraficante y un secuestrador”, explica. Quiere que la verdad llegue limpia, sin mitificaciones. Sin el glamour que tantas veces rodea el nombre de Escobar.