La alta cocina suele mostrarse al público como un universo de glamour, excelencia y éxito. Restaurantes que aparecen en las guías gastronómicas más prestigiosas, chefs que se convierten en figuras mediáticas y platos convertidos en obras de arte. Sin embargo, la realidad económica que hay detrás de las cocinas con Estrellas Michelin es muy distinta. El reconocido chef malagueño Dani García, ganador de tres Estrellas Michelin —un logro que comparte con nombres como Jordi Cruz—, sorprendió a la audiencia en una entrevista televisiva al confesar que estuvo al borde de la ruina. No solo no ganaba dinero, sino que llegó a un punto límite: tuvo que vender su coche para poder llegar a fin de mes.
Durante una de sus apariciones en El Hormiguero, Dani García desmontó el mito más extendido sobre la alta cocina: que obtener Estrellas Michelin asegura riqueza y estabilidad económica. “El mundo de la alta cocina no es como cualquier ámbito profesional”, explicó. Según sus palabras, el prestigio no se traduce en beneficios. “La recompensa económica no es proporcional al esfuerzo, trabajo o reconocimiento que el chef pueda tener”, lamentó.
Mantener un restaurante Michelin puede llevar a la ruina
Detrás de la perfección de un plato con firma Michelin se esconde una estructura casi imposible de sostener económicamente. Un restaurante de este nivel exige una inversión constante en personal especializado, productos de altísima calidad, maquinaria específica y, sobre todo, una búsqueda permanente de creatividad e innovación. El margen de beneficio, lejos de ser holgado, puede llegar a ser inexistente o negativo. Si un chef quiere mantener ese nivel de excelencia, debe asumir gastos muy superiores a los ingresos.

Dani García reconoció que la situación llegó a un punto insostenible. “Hubo un año y medio o dos en el que no tenía ni coche porque no llegábamos”, contó durante la entrevista. La frase resume el choque brutal entre la imagen pública del éxito y la realidad financiera de la alta cocina. Mientras el reconocimiento crecía, las cuentas se hundían.
De hecho, la situación fue tan límite que, poco después de recibir su tercera Estrella Michelin, Dani García tomó una decisión que sacudió al sector: cerró su prestigioso restaurante en Marbella, Málaga. La decisión desconcertó a muchos, pero para él fue un acto de supervivencia personal y profesional. No quería seguir atrapado en un modelo de negocio insostenible.
“Si vuelvo, será pequeño y sin mi nombre”
Así pues, tras vivir en primera persona la presión económica y emocional que exige mantener tres Estrellas Michelin, el chef fue claro sobre su futuro. Aseguró que, si algún día regresa a la alta cocina, será “en algo pequeño, donde no esté mi nombre”. Una declaración que revela el peso del éxito cuando este no viene acompañado de estabilidad. La confesión de Dani García evidencia una realidad poco conocida: en la cima de la gastronomía, el éxito puede costarlo todo.