La historia de Carlos Herrera siempre ha estado marcada por ese viaje silencioso que lo llevó de Almería a Mataró, un cambio de vida provocado por la vocación médica de su padre. Allí creció, allí descubrió cómo era vivir bajo el ejemplo de un hombre entregado a la medicina y allí entendió, muy pronto, que el legado familiar no siempre te conduce por el mismo camino, pero sí que te sostiene.

El potro, el miedo y la infancia que dejó huella

Y es que, cuando Herrera mira atrás, no habla solo de su padre ni de aquella mudanza. Habla también de los miedos pequeños que con los años se vuelven enormes en la memoria. Uno de ellos era el temido potro del colegio, ese aparato de gimnasia que para muchos alumnos era una simple rutina, pero que para él se convertía en una auténtica odisea diaria. Lo recuerda como una tortura, como una prueba que le hacía temblar las manos antes incluso de saltar.

El periodista Carlos Herrera concediendo una entrevista entrevista / Foto: Europa Press
El periodista Carlos Herrera concediendo una entrevista entrevista / Foto: Europa Press

De este modo, el comunicador ha explicado que, pese a ser un niño ágil, aquel potro lo anulaba por completo. En Mataró, dice, todavía se recuerda su pánico escénico frente al aparato. Saltar, girar, impulsarse cada movimiento parecía diseñado para ponerlo contra las cuerdas, como si la educación física fuera un escenario donde nunca terminaba de encajar del todo en un momento muy difrente del actual a la hora de entender las virtudes y defectos de cada uno.

Una educación física de otra época

La realidad es que ese miedo no era solo suyo. Era el reflejo de una época en la que la educación física se impartía con otra mentalidad, mucho más dura, más rígida y casi militar. Antes de los 90, no era extraño que la asignatura estuviera en manos de profesores sin especialización o incluso de exmilitares que trasladaban su propio concepto del entrenamiento al patio del colegio.

Y es que aquella visión no buscaba el bienestar ni la diversión; buscaba resistencia, rendimiento y disciplina. Herrera creció dentro de ese sistema, entre exámenes que se superaban a golpe de salto y ejercicios que medían la competitividad más que la evolución real del alumno. Un marco que hoy parece lejano, pero que en su memoria sigue intacto.

Así pues, esos recuerdos forman parte de la construcción de un Carlos Herrera que siempre ha reconocido la influencia de su familia y de su pasado. De su padre heredó el amor por la medicina, aunque la vida lo empujó hacia la comunicación. Y de su infancia en Mataró se llevó cicatrices pequeñas pero profundas, esas que explican por qué, a veces, las historias más sinceras nacen de los episodios que más nos hicieron temblar.