Parece mentira, pero ya hace veinte años que apareció en las vidas de todos los espectadores del país un hombre calvo, vestido de negro, con ademán misterioso y que mirando fijamente soplaba una pila de millones en dirección a la cámara.

Desde aquel momento, aquel hombre pasó a ser para todo el mundo "El calvo de la Lotería", pero en realidad iba rapado al cero por un trabajo previo como actor. ¿Su nombre? Clive Arrindell. Tenía 48 años cuando empezó a ser la cara visible de los anuncios de la Lotería, spots que protagonizó hasta el año 2005 haciendo que tocara de cerca la fama o la popularidad, aunque no lo tenía previsto: "Me había rapado la cabeza por un trabajo que hacía en el teatro y era el  único calvo en las pruebas, así que destaqué", reconoce ahora, a sus 68 años, en una entrevista para el diario El Mundo.

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Un hombre que quizás repartió mediáticamente muchos millones, especialmente en el Ministerio de Economía y Hacienda por el volumen de décimos comprados durante los años que hizo los anuncios. Pero al mismo tiempo, un hombre a quien la suerte no le ha acompañado en exceso. Todo lo contrario. Sus padres murieron con muy poco tiempo de diferencia entre el uno y el otro. Y mientras todavía les lloraba, un sobrino y una sobrina suyos murieron de manera trágica: cuando hacía poco que habían superado los treinta años y por culpa de enfermedades mentales. Lo más cruel, sin embargo, fue que los dos sobrinos murieron durante un periodo de dos años.  "Mis padres murieron con más de 90 años, pero las tragedias de mis sobrinos han sido terribles, llevo muy mala racha, con todo ello tampoco me sale trabajo, no estoy en mi mejor momento aunque tengo buena salud y no siento los 68 años que me marca el calendario".

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Un drama familiar del que le ha costado recuperarse. Y a solas. Arrindell no tiene hijos ni ha tenido ninguna pareja de larga duración: "yo soy tóxico para las relaciones de pareja, he tenido muchas novias y no me duran, de más joven las tenía porque me gustaba mucho el sexo". Una de las que tuvo fue una mujer de Gijón que conoció cuando iba a España cada noviembre a grabar el anuncio: "era la mejor semana del año". Ahora, mientras trata de encontrar trabajos en el mundo que le apasiona, el de la interpretación, practica con firmeza el budismo:  "no tiene dios ni código moral, y eso es lo que me gusta, las otras religiones que he conocido te secuestran con su moralidad", sentencia. Por cierto, dice que nunca compra Lotería.