En el podcast Rutas de éxito, Ainoa, camionera desde hace tres años, ofreció una de las conversaciones más sinceras que se recuerdan sobre el transporte por carretera. Sin dramatismos ni adornos, explicó cómo su decisión de ponerse al volante de un tráiler frigorífico cambió su vida por completo. “Pensaba que era un trabajo nuevo, pero en realidad era cambiar mi manera de vivir”, contó. Desde entonces, su rutina ha estado marcada por madrugones, cansancio, carreteras infinitas y una soledad que, dice, “no se enseña en ninguna autoescuela”.
Su jornada no tiene un patrón fijo. Puede salir de madrugada y regresar de noche, o pasar horas esperando una descarga en cualquier polígono. “Aprendes a soltar. Ya no puedes hacer planes. Y eso cuesta”, reconoció. En esas condiciones, dormir bien o comer algo caliente se convierte en un lujo. “No puedes vivir de táper y bocadillos. Hace falta comer caliente”. En su caso, el colon irritable la obligó a vigilar especialmente la alimentación: “Si no lo haces, el cuerpo te pasa factura enseguida”.

Lo que más le impactó, sin embargo, no fue el cansancio físico, sino el mental. “No tenemos en cuenta el factor psicológico. Pasamos mucha soledad, mucha frustración. Vas sola en la cabina, tu cabeza entra en bucle y no sabes pararla”. Su frase dejó en evidencia un aspecto poco visible del oficio: el peso del aislamiento. “Hay días en los que lo más difícil no es conducir, sino no dejar que los pensamientos te ganen”, añadió.
Una profesión invisible y mal entendida
Ainoa describió el transporte como un sector “mal comprendido” y cada vez menos atractivo. “Faltan chóferes y la gente no se da cuenta de lo que esto implica. No solo es conducir: es dormir mal, comer mal y estar lejos de los tuyos”. Criticó también la falta de reconocimiento social hacia quienes mantienen en marcha el país. “Todos quieren sus pedidos rápido y barato, pero nadie piensa quién va detrás del camión”.
La visión económica que ofreció fue igual de realista. “Lo primero que piensa la gente es: ‘voy a ganar mucho dinero’. Olvídate. No vas a ganar nada”. En las rutas nacionales con tráiler frigorífico, aseguró, muchos conductores cobran entre 2.000 y 2.100 euros, y otros ni siquiera alcanzan esa cifra. “Y eso, con las horas que hacemos, no compensa”.
A pesar de todo, habló del oficio con orgullo. “A mí este trabajo me ha enseñado más que muchos años en una oficina. Te curte, te da paciencia y te enseña a conocerte. Pero también te pone a prueba cada día”.

Su experiencia como mujer en un entorno mayoritariamente masculino fue positiva. “Nunca he tenido un problema serio. Si entras con educación y seguridad, nadie te mira por encima del hombro”. Y dejó un mensaje para quienes se lo estén planteando: “No escuches cuando te digan que es un mundo de hombres. Si te llama, hazlo. Pero entra sabiendo que esto te cambia la cabeza antes que las manos”.
Su testimonio, más que una historia personal, es una radiografía del transporte desde dentro: un trabajo invisible, exigente y mentalmente desafiante, donde cada kilómetro pone a prueba la resistencia y el equilibrio emocional de quien lo conduce.