A sus casi 87 años, se encuentra devastada, anímica y físicamente, y personas cercanas a ella lo confirman: La reina Sofía atraviesa uno de los momentos más duros de su vida. 

Se le conoce como una mujer fuerte, de convicciones religiosas y una lealtad férrea a la Corona, incluso soportando décadas de escándalos y humillaciones al lado de Juan Carlos. Pero ahora, los reveses familiares y la soledad, le han pasado factura.

La reina Sofía con su hermana Irene de Grecia

Este verano, Sofía apenas pudo decidir si ir a Marivent, la residencia de Mallorca que durante tantos años fue símbolo de unidad familiar. Su hermana Irene, con la que ha convivido siempre en la Zarzuela, está postrada en cama y diagnosticada de Alzheimer. Ya no reconoce a nadie. Para Sofía, que ha sido su inseparable compañera, es como haberla perdido en vida y se siente devastada. 

Pero no solo eso, hace apenas tres años lloraba la muerte de su hermano Constantino de Grecia, y ahora su círculo íntimo se reduce al silencio de los pasillos y a las lágrimas que la acompañan noche tras noche.

La reina Sofía no quiere salir de su habitación ni recibir visitas 

Los Borbón han intentado convencerla de que pase unos días en Palma. Sus hijos, Felipe, Elena y Cristina, le suplicaron que no renunciara a esa tradición. Ella dudaba, porque lo que más desea es ver a la familia unida, como lo estuvo ella al lado del emérito pese a todo. Pero esa unión es imposible. Felipe VI y Letizia cortaron cualquier contacto público con los Borbón para salvar la institución tras el caso Nóos y las polémicas de Juan Carlos. Desde entonces, Sofía es la única que insiste en pedir una tregua familiar por el bien de todos, sin recibir respuesta.

La realidad es que la reina emérita está muy delicada. Apenas recibe visitas, no sale de su casa y cada vez depende más de sus asistentes. Se dice que ha perdido peso, duerme poco y se muestra apagada. Se siente sola, arrinconada en una familia rota que ya no se reúne ni en Navidad. El desgaste se nota: su rostro refleja cansancio y tristeza, y su voz ya no tiene la firmeza de antaño.

En Zarzuela preocupa su estado, pero nadie parece capaz de darle lo que realmente necesita: compañía y unión familiar. Sofía, la mujer que siempre lo dio todo por la monarquía, está pagando el precio más alto. Llora día y noche, y cada lágrima suya es el retrato más amargo de una reina sin corona, olvidada por los suyos.

La reina Sofía recogiendo plásticos del parque