Zarzuela se ha convertido en un santuario del silencio, la fe y la desesperación. Los pasillos del palacio, acostumbrados a las visitas institucionales, hoy se llenan de incienso, oraciones y murmullos que claman por un milagro. Y es que, la reina Sofía atraviesa uno de los capítulos más duros de su vida, aferrándose a toda forma de espiritualidad posible ante el empeoramiento de su hermana, Irene de Grecia, quien a sus 83 años se encuentra en un estado de salud cada vez más frágil.
Durante el pasado verano, la “tía Pecu” no abandonó la Zarzuela ni un solo día, rompiendo con su habitual escapada a Marivent. Allí, rodeada de médicos, enfermeras y religiosos de diferentes credos, vive sus días con una serenidad que solo la resignación y el olvido puede dar. Pero Sofía, profundamente afectada, no logra encontrar consuelo. Quienes la conocen aseguran que la emérita pasa horas llorando, incapaz de aceptar la inminencia de la pérdida que se cierne sobre su vida.

La reina Sofía y su refugio espiritual: de sacerdotes católicos a monjes budistas tibetanos
Ante esta situación, Sofía de Grecia ha abierto las puertas de Zarzuela a todo tipo de líderes espirituales. No se trata solo de sacerdotes católicos u ortodoxos, sino también de curanderos, sanadores y monjes budistas, llamados discretamente para ofrecer alivio emocional y energético tanto a Irene como a la propia reina.
El desconsuelo de la emérita la ha llevado a retomar una vía espiritual que ya exploró en el pasado, marcada por otro periodo de dolor personal: el budismo tibetano. Según el impactante testimonio de Pilar Eyre en su canal de YouTube, la reina contactó a un misterioso monje tibetano, con el que mantuvo una larga conversación secreta años atrás. En aquel entonces, el encuentro se disfrazó de una discreta comida con distintas figuras religiosas para camuflar el profundo interés de Sofía por la visión budista de la muerte, el sufrimiento y el desapego.

Zarzuela, un palacio convertido en templo: el misticismo que envuelve a la familia real
Eyre afirma que la reina intentó coincidir nuevamente con el monje durante una visita planificada a Mallorca, aunque la Casa Real canceló discretamente la cita para evitar titulares incómodos. Sin embargo, el líder tibetano recuerda aquel primer encuentro con profunda admiración. Según se comenta, le entregó una imagen de Buda y un texto tibetano, objetos que Sofía habría conservado desde entonces como amuletos personales, símbolos de calma y equilibrio interior.
Fuentes próximas a la Zarzuela confiesan que la atmósfera en palacio ha cambiado por completo. Las velas, los rezos y las sesiones de meditación conviven con los informes médicos y las visitas de sus hijas, Elena y Cristina de Borbón, quienes, conscientes del delicado estado emocional de su madre, se han turnado para acompañarla sin descanso. Una se marcha cuando la otra llega, intentando que la reina Sofía no se hunda en la tristeza.
A sus 86 años, Sofía demuestra una fortaleza admirable, pero la pena la consume por dentro. Los cercanos a la familia hablan de noches en vela, de conversaciones cargadas de lágrimas y de un silencio denso que inunda los pasillos del palacio. La reina, marcada por una vida de sacrificios y pérdidas, se aferra a lo espiritual como única forma de resistencia. Pero más allá de lo religioso, su búsqueda parece una necesidad vital: comprender la enfermedad, aceptar la muerte, hallar paz en medio del caos.