La reina Sofía atraviesa un verano especialmente complicado. A sus 86 años, la situación dentro de su familia se ha vuelto cada vez más tensa y fragmentada. La relación entre sus tres hijos —Felipe, Elena y Cristina— pasa por uno de sus momentos más fríos, y eso ha tenido un impacto directo sobre la convivencia familiar, especialmente durante el verano, cuando Marivent solía ser un punto de encuentro.
Las diferencias entre ellos han vuelto a aflorar con fuerza. Por un lado, las infantas Elena y Cristina mantienen una postura cercana a su padre, el rey emérito Juan Carlos, y no esconden su deseo de seguir compartiendo momentos con él, especialmente en fechas señaladas o en encuentros familiares. Por otro lado, Felipe VI ha optado por mantener una mayor distancia, al menos de manera pública, marcando una línea clara entre su papel institucional y los asuntos personales.
Este desequilibrio ha provocado que los hermanos apenas tengan trato. Las comunicaciones son escasas, los reencuentros poco frecuentes y las coincidencias en Marivent, prácticamente inexistentes. La propia reina Sofía, que siempre ha sido el nexo de unión y la figura que promovía la unidad familiar, se ha visto ahora atrapada entre dos posturas enfrentadas, sin margen para recomponer las piezas como en otras ocasiones.
Una suma de factores que debilita la unidad
A esta tensión se suma un cúmulo de circunstancias que complican aún más el panorama: el estado de salud delicado de su hermana Irene de Grecia, con quien Sofía mantiene una relación muy cercana; la publicación de nuevas memorias y biografías sobre el rey emérito, que vuelven a poner sobre la mesa temas del pasado; y la posición de la reina Letizia, que prefiere evitar cualquier encuentro entre sus hijas y los primos en Mallorca.

Esta última decisión, repetida en los últimos veranos, ha terminado por consolidar una separación en la práctica. Letizia organiza su estancia en Marivent con independencia absoluta, sin convivencias ni actos con el resto de los miembros de la familia Borbón, más allá de los estrictamente institucionales. Una distancia que, lejos de suavizarse, parece haberse hecho costumbre.
Para la reina emérita, que durante años fomentó el papel de Marivent como punto de encuentro familiar y símbolo de continuidad, esta fragmentación supone un golpe difícil de encajar. La ausencia de sus nietos, la falta de diálogo entre sus hijos y la imposibilidad de reunir a todos bajo un mismo techo reflejan un deterioro emocional que va más allá de los titulares.
Lejos de la imagen de unidad que se proyectaba en años anteriores, Sofía vive ahora un verano marcado por la melancolía y la resignación. El papel de mediadora, que antes desempeñaba con discreción y eficacia, hoy parece agotado ante una familia cada vez más dividida y con caminos irreconciliables.