Eso que dicen "la alegría va por barrios" es muy cierto, e hiriente, cuando comparas los estados de ánimo de las monarquías europeas. En Dinamarca, España e Inglaterra están viviendo una etapa especialmente convulsa, mientras que otros homólogos miran el espectáculo desde la barrera, con expectación, palomitas y susurrando "que no me pase a mí, por favor". Podría ser el caso de la Casa Real holandesa, donde se respira una tranquilidad aparente, solo salpicada por amenazas mafiosas peliculeras y algunos testimonios que dibujan a la reina Máxima como una interesada, que buscó casarse con Guillermo de Holanda por todas las vías posibles. Bien, eso es una minucia al lado de una abdicación por cuernos, de una crisis de salud salvaje o, naturalmente, de un escándalo tan turbio como el de Jaime del Burgo. Y los gestos lo reflejan de manera cruda.

Letizia, pero también Felipe VI, están pasando por grandes dificultades por la ofensiva del navarro. No es ningún secreto. Tampoco lo es que la consigna es aparentar normalidad. Pero claro, si te has pasado la vida sin ser demasiado normal, cuando fuerzas la máquina para intentarlo, todo se hunde. Y acaban saltando las costuras, como la retahíla de malas caras, gestos de desaprobación y separación física cada vez más evidente entre el matrimonio real. La palabra crisis luce como un neón de bar de carretera en Zarzuela. La de divorcio parpadea de vez en cuando.

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Felipe y Letizia en Barcelona / GTRES

La operación de blanqueo de imagen está requiriendo esfuerzos importantes por parte de la reina y de su marido. La exposición pública está limitada, no hay tiempo para florituras. Tampoco es que nunca haya sido la especialidad de la casa, como tampoco la naturalidad, la simpatía, la proximidad. Se pongan como se pongan, los reyes no destacan por parecer normales. Más bien, todo lo contrario. Hacen cosas raras. Y cuando bajan "al barro" acostumbran a emanar un aroma antinatural que desengancha. Ahora bien, eso no quiere decir que no lo intenten. Como ayer, en Barcelona, tras  visitar la prestigiosa firma Puig. Dar la mano a tres decenas de fans random y ea, venga, a casa. Quedar bien en la foto. Una pobre. Especialmente porque Máxima te acaba de pasar la mano por la cara, y con una sonrisa que no le cabe en los labios. Por algo será.

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Máxima de Holanda / GTRES

La argentina-holandesa visitaba un proyecto social en la pequeña localidad de Sassenheim, y cada gesto denota actitud e interés. Que sí, que es una reina como la otra, y que el papel es precisamente hacer un papel. Pero de la misma manera que existen los Óscars, aquí tenemos unos premios para quien hace bien el trabajo royal. Para los que no convencen, nada. Máxima lo ha ganado y es la envidia de Letizia: tiene todo lo que ella desearía y, sobre todo, no tiene un escándalo en la habitación que le impide sonreír (o intentarlo) con normalidad. Esta noqueada.

Máxima Holanda visita GTRES
Máxima de Holanda / GTRES