En cada acto oficial, la reina Letizia deslumbra con su imagen impecable. Considerada una de las monarcas más glamurosas de Europa, domina el lenguaje de la moda con una mezcla perfecta de alta costura y prendas low cost, demostrando que el estilo no depende del precio. En algunos círculos la llaman ‘reina influencer’. Fiel defensora del diseño español, confía tanto en grandes firmas como en nuevos talentos del sector. Nada se deja al azar: detrás de cada aparición pública hay un equipo coordinado por su estilista Eva Fernández y su peluquera de confianza, Luz Valero.
Sin embargo, detrás de esa perfección escénica, existe otra Letizia. Una figura más humana, más vulnerable, más real. En los pasillos del palacio de la Zarzuela, alejada de cámaras y flashes, la reina se muestra como pocas veces se ha visto: fumando, despeinada, en alpargatas y vestida con una bata de domingo. No es un retrato de escándalo, sino una escena costumbrista, casi cotidiana, que revela el cansancio físico y mental que arrastra.

La Letizia casera no tiene nada que ver con la Letizia reina
Los fines de semana sin compromisos institucionales son el único espacio donde la reina puede relajarse. Camina por Zarzuela en ropa cómoda, sin maquillar, con el cabello recogido de cualquier manera. Lejos del protocolo, no tiene reparos en mostrar su lado más casero. Despeinada, con gesto serio, muchas veces sumida en pensamientos. Esta imagen no es la que aparece en las portadas, pero es sea la más auténtica.
Letizia siempre ha tenido cierto complejo de estatura, al ser la más baja de su familia. Felipe VI, Leonor y Sofía superan fácilmente el metro ochenta. Durante años luchó contra eso a base de tacones. Un recurso que ha derivado en un neuroma de Morton, una dolorosa afección que afecta los nervios del pie, fruto de años de uso continuado de tacones altos.

Un pequeño vicio para librarse del estrés
Esta dolencia la obliga a prescindir de los zapatos que un día fueron su marca personal. Aunque podría someterse a una operación, prefiere evitar el quirófano y recurre a antiinflamatorios para sobrellevar el dolor. Y en la intimidad, se libera de esa presión estética y camina con alpargatas, buscando alivio a sus pies doloridos.
Unos momentos de supuesto relax en los que, sin embargo, no puede frenar sus pensamientos. La cabeza le va a 100. La presión a la que está sometida le genera un estrés difícil de eliminar, ni siquiera en su tiempo libre. En los momentos más duros, cuando se ve superada por los nervios y la ansiedad, se enciende un cigarro a escondidas. Es su única vía de escape, una pequeña rebeldía en un mundo lleno de protocolos.