Mallorca ya no es el refugio que fue para la familia real. El verano, que antes se presentaba como un tiempo de unidad y posados felices, hoy es sólo una obligación institucional. Una representación. Un teatro real.
El palacio de Marivent, cedido cada año por el Gobierno balear, sigue siendo el escenario. Allí se instalan los reyes, al menos en apariencia. Porque lo cierto es que ni Letizia ni Felipe VI comparten estancia, ni rutina, ni apenas tiempo. En Mallorca, como en Madrid, cada uno hace su vida.

Vidas por separado también en Marivent
Él ha elegido instalarse en el edificio principal, donde suele estar la reina Sofía. Allí recibe, despacha y se deja ver. Ella, en cambio, opta por la masía de Son Vent, un edificio más discreto, donde se aloja con Leonor y Sofía cuando están en la isla.
No es un secreto. Lo confirman analistas de la Casa Real, como Pilar Eyre o Jaime Peñafiel: “Son solo un equipo”. Y como tal, funcionan en actos oficiales. Sonríen, saludan y posan. Pero tras los focos, la distancia es total.
A Letizia nunca le ha entusiasmado Mallorca. No le gusta el clima, ni el protocolo ni los compromisos forzados. Mucho menos, los paseos artificiales por mercadillos o los eventos sociales pensados para “dar visibilidad a la isla”. Cada salida le pesa.
La reina Letizia no quiere ir a Mallorca
Por eso, evita aparecer si no es estrictamente necesario. Se la ve con sus hijas en algún acto cultural, en una recepción o junto a la reina Sofía. Pero en general, permanece encerrada. Y no por falta de planes: simplemente no quiere estar.

La situación se agrava ahora que Leonor y Sofía ya no viven en casa. Una en la academia militar; la otra, camino de la universidad. Con ellas fuera de Madrid, la pareja real lleva vidas totalmente separadas. Y lo que se ve en Marivent no es más que un reflejo de lo que ya pasa en Zarzuela.
Además, Letizia celebra la posibilidad de que el Gobierno recupere el palacio para el pueblo. Una medida que se estudia seriamente. Si llega ese día, no lo lamentará. No lo echará de menos.
Lo cierto es que ya no hay verano real como antes. Solo agendas, pactos y necesidad de mantener una imagen. Pero en lo personal, el matrimonio real se ha difuminado. No hay vacaciones juntos, ni cenas familiares, ni posados improvisados. Ni siquiera comparten techo.