Leonor avanza firmemente en el camino que la llevará a ser la futura reina de España en sustitución de Felipe VI, aunque de momento se encuentra en la preparación, se desconoce cuando su padre le cederá el testigo, podría ser cuando sea muy mayor o cuando fallezca, como sucedió con la reina Isabel II. Lo cierto es que la hija mayor de los reyes empieza a asumir un papel cada vez más visible en la vida pública como heredera directa, aunque por ahora no quieren sobreexponerla. Como princesa de Asturias, en un futuro próximo le tocará desempeñar funciones institucionales de gran relevancia, aunque por ahora sus progenitores priorizan su formación académica. Se estima que será alrededor de los 30 años cuando comience a dedicarse plenamente a sus deberes oficiales y perciba una asignación económica procedente de los presupuestos generales del Estado.

Mientras tanto, la reina Letizia se muestra muy cuidadosa respecto a la imagen y proyección de sus hijas. Parte de esa atención ha estado enfocada en aspectos estéticos y de salud relacionados con Leonor. La joven sufrió una condición conocida como agenesia dental, que impidió el desarrollo normal de ciertos dientes, concretamente los colmillos. Para corregir este problema, tuvo que usar ortodoncia durante varios años, y finalmente se le colocaron colmillos artificiales para cerrar los espacios vacíos. No obstante, este no ha sido el único reto físico que ha enfrentado.
El otro problema de salud de Leonor que padeció su abuelo
En sus primeros años, Leonor presentó un angioma en la nariz, una alteración benigna de origen vascular. Esta información fue difundida por el medio ‘The Objective’. El angioma desapareció con el paso del tiempo, especialmente durante su entrada en la adolescencia, por lo que no ha dejado huella visible en su apariencia actual. Como curiosidad, Juan Carlos I también sufrió la misma enfermedad de nacimiento.
Según explica la Sociedad Española de Medicina Interna, los angiomas son formaciones no malignas que afectan los vasos sanguíneos o linfáticos, y pueden manifestarse desde el nacimiento o surgir posteriormente. Suelen tener una tonalidad rojiza y tienden a desvanecerse al aplicar presión, recuperando luego su color por sí mismos. Afectan a uno de cada diez recién nacidos, debido a la inmadurez del sistema vascular al nacer. Aunque no se pueden prevenir, lo habitual es que desaparezcan con el crecimiento. En casos específicos, se puede recurrir a tratamientos como el láser o intervenciones quirúrgicas, aunque estas últimas podrían dejar cicatrices. En general, su impacto se limita a lo estético y no suele representar un riesgo para la salud.
