Poco o nada queda en Juan Carlos I de lo que fue en sus años dorados. Cuando alardeaba de haber devuelto la democracia a España y alternaba su vida familiar con sus encuentros amorosos con otras mujeres al margen de matrimonio y desvíos de dinero a cuentas suizas. Hoy en día, el que se erigió como símbolo de la transición democrática española, es un hombre débil, deteriorado, abandonado a la soledad y al dolor físico.
Aislado del núcleo duro de la familia real, el antiguo monarca tiene una salud cada vez más frágil. Sus últimos años han estado marcados por intervenciones quirúrgicas y tratamientos antienvejecimiento para resistir. Los problemas de movilidad, derivados de una artrosis severa, lo han llevado a pasar por más de diez operaciones, desde su famosa caída en Botswana. Pero ni la medicina tradicional ni los tratamientos con células madre han logrado devolverle la calidad de vida perdida. Los médicos han sido tajantes: su futuro, corto o largo, estará ligado a una silla de ruedas.

Juan Carlos I empieza a ver el final muy cerca
Los últimos cinco años los ha pasado en Abu Dabi, encerrado en sí mismo, apenas comiendo y solo acompañado por sus amigos árabes y algunos familiares que van a visitarle en ocasiones. Especialmente sus hijas, las infantas Elena y Cristina. Del resto, a excepción de Froilán que ha estado viviendo allí con él, poco se ha sabido en los Emiratos.
En esta situación, el emérito estaría atravesando una posible depresión. De hecho, dicen que la demanda interpuesta a Miguel Ángel Revilla responde a un intento por llamar la atención de su hijo, Felipe VI. Cuentan que el ex monarca estaría buscando un acuerdo con el rey para retirar la denuncia a cambio de un acercamiento a España. En este sentido, la relación entre padre e hijo está muy deteriorada. Apenas se hablan.

Juan Carlos I quiere pactar con Felipe VI lo que ocurrirá después de su muerte
Pero el tiempo se le acaba a Juan Carlos I. Y ante el miedo de morir sin que se cumplan sus últimas voluntades, ha pedido una reunión con Felipe. No para reconciliarse, sino para negociar los detalles posteriores a su muerte. Consciente de que el final está cada vez más cerca, quiere resolver dónde y cómo morir. Su deseo es claro: terminar sus días en Zarzuela, rodeado de recuerdos y con la dignidad de un exjefe de Estado. Felipe, sin embargo, se opone rotundamente. En palacio, Juan Carlos es considerado una persona non grata.
El emérito también desea un entierro de Estado, similar al que tuvo Isabel II. Quiere reposar en El Escorial, junto a otros monarcas. Pero el lugar tiene el espacio limitado, él ya no es rey y la voluntad de su hijo apunta en otra dirección. Tendrán que llegar a un acuerdo pronto porque el tiempo se acaba.