Juan Carlos I vive con un miedo constante. El emérito es muy consciente de que el final está cada vez más cerca. A sus 87 años, las operaciones y tratamientos no le han devuelto la movilidad que soñaba. Cada pocos meses vuelve a España para someterse a terapias de medicina regenerativa, con inyecciones de células madre y plaquetas. Pero nada funciona como él quiere. Lo que de verdad le aterra es acabar en silla de ruedas, la imagen de debilidad que nunca ha querido dar. No soporta que alguien capte esa fotografía que pondría punto final a su leyenda de hombre fuerte.

El padre de Felipe VI ya asumió hace tiempo que dejó de pertenecer a la Corona. Ha sufrido la condena más dura para un rey: el exilio. Salió de España por la puerta trasera, borrando de un plumazo las luces de un reinado de más de cuarenta años. Y eso tendrá consecuencias hasta en su despedida. El exmonarca sueña con un funeral de Estado, como el de Isabel II, pero lo suyo se parecerá más al de Constantino de Grecia, cuñado incómodo de la familia, con discreción y poco mediático.
Juan Carlos I está muy preocupado por el día de su entierro
Él imagina algo grande: un cortejo solemne, cañones disparando, como el que se le rindió a su padre, don Juan de Borbón. Su ataúd llevado en un carro de artillería hasta El Escorial, rodeado de ciudadanos despidiéndole. Pero la realidad es otra. Tras su abdicación, Juan Carlos ya no es rey. Oficialmente se le trata como Príncipe de Asturias. Según el protocolo, el Gobierno decidirá qué honores merece, aunque la Casa Real prefiere un adiós más discreto, casi íntimo. Aun así, los honores militares serán inevitables: el uniforme siempre le acompañará.
El gran deseo del emérito es descansar en el Panteón de los Reyes en El Escorial. Ya lo ha pedido a Felipe VI. Pero no va a ocurrir. Y no porque sea emérito, sino porque el Panteón está lleno. No queda hueco. Sofía, además, nunca quiso compartir ese espacio. Así que la idea de enterrarse juntos allí ya no existe. Se ha planteado ampliar el mausoleo, aunque también cobra fuerza otra opción: empezar de cero, abrir un nuevo lugar de reposo para la generación de Felipe y Letizia, alejados de las sombras del pasado.
Un final discreto para un rey que siempre soñó con la grandeza.
