Desde hace años, la vida sentimental de la infanta Elena ha sido un tema rodeado de misterio, rumores y susurros palaciegos. A pesar de ser la primogénita del rey Juan Carlos I, su figura nunca fue tan idealizada como la de su hermana Cristina o su hermano Felipe. Pero, detrás de los eventos oficiales y las apariciones públicas, se esconde una historia mucho más áspera: los hombres huían de ella, incapaces de lidiar con su temperamento, hasta que apareció Jaime de Marichalar, el único que se quedó… aunque por razones muy distintas al amor.

Mucho antes de convertirse en duquesa de Lugo, Elena de Borbón ya tenía fama entre los círculos aristocráticos de Madrid. Su personalidad intensa, autoritaria y poco accesible ahuyentaba a más de un pretendiente que, tras breves acercamientos, optaba por desaparecer del mapa. Quienes la conocieron en aquella época la recuerdan como una persona impulsiva, estricta e incluso algo altiva. Sin embargo, lo que para algunos era una personalidad fuerte, para otros era un muro emocional infranqueable.

Infanta Elena
Infanta Elena

Infanta Elena y su historial amoroso: más rupturas que conquistas

La presión de pertenecer a la Casa Real no fue el único motivo que frenó a sus parejas. Según allegados, la infanta Elena exigía devoción absoluta, y su vida estructurada y protocolaria no dejaba espacio para espontaneidad ni intimidad. Uno de los casos más notorios fue el de Cayetano Martínez de Irujo, quien confesó sin rodeos que salir con la infanta fue una experiencia insostenible. “Fue difícil salir, pero tuve la fuerza para decir esto no es lo mío, para nada era lo que buscaba ni quería”, declaró en televisión, dejando entrever que estar cerca de Elena era un reto mayor que cualquier vínculo con la nobleza.

Ninguno de sus romances prosperó, hasta que apareció Jaime de Marichalar, un aristócrata navarro que, según fuentes cercanas, no se enamoró de Elena, sino de lo que representaba. De hecho, se comenta que él mismo costeó viajes, cenas y regalos sin esperar reciprocidad emocional, solo para afianzarse como candidato real. El objetivo estaba claro: entrar por la puerta grande al círculo de los Borbones.

Jaime de Marichalar / GTRES
Jaime de Marichalar / GTRES

Un matrimonio por conveniencia: Marichalar pagó el precio del apellido

La boda se celebró en 1995 con gran pompa, pero la chispa de la pasión nunca fue evidente. Marichalar cumplía, asistía, posaba... pero la frialdad entre ambos se hacía cada vez más notoria. Mientras ella se aferraba a sus compromisos institucionales y a su papel como madre, él era visto más como una figura decorativa que como un marido involucrado. La tensión fue creciendo hasta desembocar en el divorcio, oficializado en 2009, tras más de una década de una convivencia marcada por el silencio y la incomodidad.

Las malas lenguas aseguran que el sueño de Marichalar terminó convirtiéndose en una pesadilla, y que el coste emocional de su ambición fue mayor de lo que esperaba. Elena, por su parte, jamás rehízo su vida sentimental. Su carácter no ha cambiado, y sigue viviendo de forma discreta, alejada de los escándalos, pero también en una soledad elegida (o impuesta). Ninguno ha vuelto a casarse. Ni Elena encontró a otro que la soportara, ni Jaime halló un apellido más ilustre.