Juan, Pablo, Miguel e Irene han decidido enterrar rencores con su padre, Iñaki Urdangarin. Estas últimas fiestas navideñas han sido las primeras en las que toda la familia volvió a coincidir tras el inicio de su separación de la infanta Cristina. En la mesa también se sentó Ainhoa Armentia, la pareja de Iñaki desde hace tres años. Aunque no todos se sintieron igual de cómodos, cada uno hizo el esfuerzo de aceptar su presencia. No hay que olvidar que hasta hace poco existía un acuerdo legal que impedía cualquier contacto entre ella y los hijos. Fue este verano, después de firmar oficialmente el divorcio con la hija de Juan Carlos I, cuando Iñaki presentó a Ainhoa a sus cuatro hijos, uno a uno.

Iñaki Urdangarin / Instagram
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No todos mantienen la misma cercanía con él. Juan, por ejemplo, siempre ha estado de su lado, respaldando las decisiones de su padre incluso en los momentos más duros. Durante un tiempo, llegó a responsabilizar tanto a Felipe VI como a don Juan Carlos de la situación que atravesó su familia. La infanta Cristina apenas tuvo que rendir cuentas judiciales, mientras que Urdangarin cargó con las consecuencias y terminó en prisión, lo que supuso el golpe más duro de su vida.

A pesar de estar recluido, su estancia estuvo marcada por ciertas comodidades: gimnasio, piscina, biblioteca, televisión, un teléfono móvil e incluso una cama amplia. No obstante, el aislamiento pesó mucho más que cualquier privilegio. Pasaba los días en un módulo apartado, sin contacto con otras internas, lo que, según personas de su entorno, dejó secuelas profundas en su salud mental. Hoy en día aseguran que padece un trastorno psicológico grave derivado de aquellos años de encierro.

Iñaki Urdangarin no es la misma persona desde que salió de prisión 

Ese tiempo le alejó tanto de Cristina como de su madre Claire y de sus propios hijos. La soledad, la rutina y la notoriedad pública complicaron todavía más su proceso de reinserción. El hecho de haber sido un personaje conocido lo mantuvo bajo un escrutinio constante, lo que le impidió recuperar una vida normal. De acuerdo con la periodista Silvia Taulés, pasó de ser un hombre dinámico y con gran seguridad personal a alguien vulnerable, con signos de confusión e inestabilidad. Familiares y amigos cercanos coinciden en que ya no es el mismo: lo definen como un hombre “roto”.

La cárcel no solo le cambió en lo emocional, también en lo espiritual. En esa etapa desarrolló una obsesión con la religión, dedicando horas a leer textos religiosos y aferrándose a una fe intensa que desconcertó a los suyos. Su relación con los medios también es distinta: aquel Iñaki relajado y confiado ha dado paso a una persona ansiosa, deseosa de acabar cuanto antes cualquier encuentro con periodistas. El carisma y la fortaleza de antaño parecen haber quedado atrás.

Iñaki Urdangarin / Instagram
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