Durante años, la Casa Real española ha perfeccionado el arte de la discreción, tejiendo un escudo casi impenetrable en torno a sus miembros más polémicos. Sin embargo, hay verdades tan pesadas que ni el protocolo ni el silencio logran contener. Y una de ellas es la dependencia al alcohol del rey Juan Carlos I, un problema crónico que fue silenciado durante décadas… hasta ahora. Recordemos que, en 2012, el famoso y polémico viaje a Botswana que escandalizó al país no solo dejó malherida la cadera del monarca: también expuso un capítulo mucho más oscuro, donde el rey, en estado de embriaguez, habría sufrido una caída tras una noche de excesos.
En ese safari que terminó siendo un escándalo internacional, se encontraba también Corinna Larsen, la entonces amante del rey, quien reveló años más tarde que la caída no fue un simple accidente, sino el resultado de una borrachera tan monumental que el rey emérito no podía mantenerse en pie. Aquella noche, el alcohol corrió como el agua, y Juan Carlos, ajeno a las consecuencias, terminó desplomándose de camino a su alojamiento. La fractura de cadera fue solo la consecuencia física más visible de una decadencia moral que muchos intentaron ocultar.

Infanta Cristina: entre el silencio institucional y el dolor familiar
Lo que pocos saben es que la infanta Cristina, lejos de quedar al margen de esta historia, habría sido una de las grandes perjudicadas. Conocida por su discreción y su afán por proteger la imagen de la Corona, Cristina habría soportado con estoicismo la convivencia con un padre cuya adicción impactaba en su entorno familiar. Si bien su hermana Elena fue la encargada de maniobrar a nivel institucional para encubrir los hechos, Cristina habría sido testigo de episodios personales mucho más desgarradores.
Las consecuencias de vivir bajo la sombra de un hombre que, en privado, se mostraba descontrolado y errático por efecto del alcohol, fueron devastadoras. La salud emocional de Cristina, ya tocada por el escándalo Nóos, se habría visto aún más debilitada por la presión de guardar un secreto tan incómodo. Personas cercanas a Zarzuela aseguran que fue ella quien insistió en buscar apoyo médico para su padre, una petición que no fue bien recibida en su momento.

El precio de ocultar una adicción: el fin del mito del rey campechano
La caída en Botswana fue el punto de inflexión. Mientras la Casa Real urdía una estrategia para presentar el accidente como un incidente fortuito, fue Corinna quien gestionó la evacuación de urgencia en su jet privado. Durante el vuelo, el rey, en un estado crítico, habría continuado bebiendo a pesar de las advertencias médicas. Fue en ese contexto donde pronunció la ya famosa frase: “Soy el rey de España y hago lo que me da la gana”, una sentencia que retrata el grado de desconexión de Juan Carlos con la realidad y con sus responsabilidades.
A partir de entonces, la presión interna y externa llevó a una intervención médica severa, mientras la infanta Cristina cargaba en silencio con el deterioro familiar. El consumo de alcohol quedó estrictamente prohibido para el emérito. Incluso el vino en las comidas fue eliminado por completo, y el tabaco también fue vetado. Hoy, Juan Carlos I vive restringido por su delicado estado de salud, una consecuencia tardía de años de desenfreno que ya no puede seguir negándose.