José Manuel Villarejo hace pensar en estas figuras deformadas por los espejos grotescos del poder que Valle-Inclán describe tan bien a Luces de Bohemia. Nacido en un pueblecito de Córdoba en 1951, su trayectoria como policía recuerda que la línea entre un Estado y una mafia organizada puede llegar a ser finísima, y a travesssar rincones muy sórdidos, más allá de los discursos que se pronuncian desde las tronas y los despachos.

Villarejo entró en la policía en 1972, un año antes que ETA atentara contra Carrero Blanco. Destinado a Sant Sebastián, pidió integrarse en una unidad antiterrorista, donde aprendió el funcionamiento de las cloacas del Estado y se encontró cómodo. En su afán de darse importancia, ha reconocido en la prensa que participó en torturas cuando estaba a la brigada política-social del franquismo.

Chulapón y ambicioso, tiene un carisma de antihéroe viril y populachero, de hombre protector que tiene bastante mundo para saber cuándo alguien dice una mentira y cuándo alguien es un buenazo fácil de manipular. Después de ser condecorado por su tarea en el País Vasco, entre 1983 y 1993 cogió una excedencia y se empezó a enriquecer llevando negocios tan exóticos para un policía como la representación de artistas, la venta de hortalizas o el asesoramiento empresarial.

A mediados de los años noventa, fue nombrado director General de la policía. Poco después, empezó a aparecer en las portadas de la prensa relacionado con casos tortuosos del submundo político. La primera portada la consiguió cuando se supo que, por órdenes el ministro del interior José Luís Corcuera, había participado en la elaboración del informe veritas, que recogía detalles sobre la vida de políticos, jueces y empresarios, como Javier de la Rosa o Baltasar Garzón, que hurgaba demasiado en el caso GAL.

A partir de esta época se empieza a forjar la fama de policía malote y audaz que actúa en los márgenes de la ley y que hace trabajos que nadie osa coger. Las anécdotas sobre sus métodos y relaciones empiezan a circular y se forja el mito. Su perfil trasciende el ámbito policíaco y lo sitúa en películas como Aquí huele a muerto, donde compartió reparto con el dúo Martes y Trece.

También en esta época empieza a tomar forma el llamado holding Villarejo, un conjunto de empresas, con el centro de operaciones en la torre Picasso de Madrid, gestionado por amigos y familiares que movía millones de euros, a veces cabe en paraísos fiscales. Mientras trabajaba de policía encubierto, Villarejo desarrolló un entramado de sociedades dentro y fuera de España con el consentimiento de los sucesivos ministros del interior del PSOE y del PP.

Los últimos años, con la cruzada legalista que ha despertado el independentismo, Villarejo ha ido quedando atrapado en una telaraña de causas sórdidas y pintorescas, cada vez más espesa, que llenan los diarios de anécdotas castizas. La poderosa red de influencias que controlaba dentro del mundo de la justicia lo ayudó a sobrevivir en los tribunales durante muchos años. Villarejo podía presumir de hablar con jueces y fiscales de forma periódica.

En el 2014, el Pequeño Nicolàs lo relacionó con la llamada Operación Catalunya, una operación de Estado destinada a desprestigiar líderes independentistas. Después de hacerse el sordo se declaró autor de algunos de los dossieres que se elaboraron. También se apuntó el mérito de haber convencido a Victoria Álvarez para que incriminara a Jordi Pujol júnior, haciéndose pasar por periodista de El Mundo.

El mismo año se lo acusó de revelación de secretos dentro del caso Nicolàs. En el 2015 las radios se pusieron las botas con una grabación que ponía evidencia como el comisario había extorsionado el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, que ahora es en chirona. En el 2017 fue acusado de apuñalar a una doctora, después de pasar una rueda de reconocimiento, para prevenirla de colaborar en una investigación.

Finalmente este noviembre Villarejo entró en la prisión d'Estremera, al mismo módulo donde se encuentra Oriol Junqueras, por un delito de blanqueo de dinero. La prensa española, que tan énfasis pone a degradar a los presos políticos catalanes, ya hace circular que Villarejo se ha hecho el dueño del módulo gracias a su simpatía y a sus contactos con el mundo de la justicia, que utiliza para ayudar a los presos. Incluso en una prisión parece que la policía española tiene que sacar protagonismo a los políticos catalanes