La semana del macropuente no ha sido óbice para que Soraya Sáenz de Santamaría haya protagonizado un nuevo capítulo de la Operación Diálogo: el estreno del flamante despacho en la delegación en Catalunya del gobierno que vicepreside con sendas reuniones con Miquel Iceta, primer secretario del PSC, e Inés Arrimadas, lideresa local de C’s, a los que recibió por este orden.

En el Govern, rápidamente se valoró con extrañeza el hecho. Natural: la persistencia del paradigma autonómico genera este tipo de reacciones. El paradigma autonómico dice que si el Gobierno de España quiere dialogar con Catalunya lo tiene que hacer con el Govern de la Generalitat como interlocutor, no con los dirigentes de la oposición en el Parlament. En cambio, el paradigma independentista dice –aunque parezca olvidarlo el independentismo– que el Estado español hará todo lo posible y más para evitar que los catalanes se vayan sin moverse de donde están. A eso ha venido Soraya y por eso se ha reunido antes con Iceta y Arrimadas que con miembro alguno de la Generalitat.

La vice, aunque parezca lo contrario, no está aquí para negociar un nuevo Majestic sino para organizar el frente local contra el referéndum de autodeterminación que va a convocar sí o sí el Govern Puigdemont-Junqueras, ya sea a la vuelta de las vacaciones del verano o justo antes del inicio. Por más diálogo que acabe habiendo, ni el Gobierno español va a aceptar el referéndum catalán –básicamente, porque podría perderlo– ni el Govern de la Generalitat se lo va a comer con patatas: de lo contrario, Puigdemont y Junqueras deberían irse a casa. La partida, como se ve, vuelve a ser compleja; por ello requiere lecturas que de ningún modo pueden ser simples.

Madrid no va a aceptar el referéndum pero ya ha entrado en la campaña del referéndum. Y se acumulan los indicios que el unionismo armado –el que maneja el BOE y el TC– no va a comparecer esta vez en la no-campaña del próximo “proceso referendario” (esa es la denominación que tiene en la adicional 31 del proyecto de presupuestos) como lo hizo en la “consulta participativa” del 9-N o en las “elecciones plebiscitarias” del 27-S. Si entonces sólo le faltó una exhibición de tanques por la Diagonal, esta vez viene con Soraya en el papel de virreina-por-descubrir y la sonrisa de Millo. Y hasta con ofertas, esas sí, tipo Majestic, para que la alicaída Tercera Vía tenga algo que llevarse a las portadas de sus diarios. Pero no para que Puigdemont y Junqueras agarren la competencia y salgan corriendo como en los tiempos del peix al cove. No es eso, no. Esta vez, el Estado viene a ganar y, por lo que parece, no quiere comparecer dividido en el campo de batalla.

Si en el 9-N o el 27-S la unidad del bloque unionista brilló por su ausencia, ahora se trata de todo lo contrario

 

Si en el 9-N o el 27-S la unidad del bloque unionista brilló por su ausencia, por las dudas del PSC, partido no independentista pero soberano, e incluso soberanista en sus decisiones (véase el caso de la investidura de Rajoy), y por la batalla entre los populares y los naranjas, ahora se trata de todo lo contrario. Para ello hace falta articular un frente común, un bloque compacto pero plural, dirigido por el PP, pero avalado por los socialistas y los naranjas “locales”, en la línea del "better together" de David Cameron en el referéndum escocés. Se trataría de algo así como "despepeizar" el unionismo para ampliar su perímetro social, pero sin ceder el liderazgo del bloque.

Soraya ha elegido un buen momento para tejer esa alianza, ese "frente amable" con el PSC y C's para ganar el referéndum de Puigdemont-JunquerasIceta está en proceso acelerado de recoger velas tras el desafío a la gestora susanista que dirige el PSOE, que puede valer al PSC la expulsión definitiva del cuadro de mando del socialismo español, y necesita demostrar al partido "hermano" por qué los socialistas catalanes son imprescindibles para España. Y Arrimadas envía un mensaje de tranquilidad a los sectores de la dirección española de Ciudadanos que la intentan convertir en chivo expiatorio, por su supuesto y sobrevenido criptonacionalismo, del malestar real con los modos, usos y costumbres de Rivera y sus garicanos.

El apoyo del federalismo y el unionismo rival de los populares es la clave para imponer el discurso que hasta ahora Mariano Rajoy –y Soraya– han sido incapaces de colocar en Catalunya: que España es algo más que el PP, o que las formas del PP de gestionar la complejidad nacional-identitaria del Estado, igual que Catalunya es algo más que JxSí y la CUP. Se trata de quitar al soberanismo la exclusiva de la transversalidad y de acabar con la imagen “reduccionista” de una España “neofranquista” movilizada para ahogar hasta el último suspiro de las seculares ansias de libertad de los catalanes. Es decir, el enésimo intento de conseguir –¿por qué será?– lo que hasta ahora y después de 40 años de democracia y 40 de dictadura se ha revelado imposible: que una mayoría de los catalanes digan sí, Soraya, sí, Mariano, como Inés y Miquel.