Es pesado ver cómo algunos políticos independentistas ayudan a cavar su propia tumba indignándose con la performance de la Guardia Civil en el TNC. Parece mentira que ningún asesor les explique que la única reacción positiva que pueden tener es animar al cuerpo de los tricornios a aprovechar sus últimos días en la Catalunya ocupada.

La figura de Franco se debe recordar, pero no para ayudar a los españoles a activar los mecanismos psicológicos que han mantenido los catalanes amedrentados en pleno apogeo de la democracia. La comedia de la Guardia Civil forma parte de la misma estrategia de tensión que lleva a La Vanguardia a recordar cada dia el 6 de octubre.

La Guardia Civil, igual que los jueces, solo trata de ayudar al pujolismo superviviente a exacerbar la mentalidad perdedora y moralista que la represión ha extendido entre los catalanes, especialmente entre los más cornudos. Lo que debería preocupar al independentismo es que sus políticos organicen un acto en el TNC sin medidas de seguridad dignas del Estado serio que dicen querer crear.

Si la propaganda se inventó para empujar a la gente a hacer guerras absurdas, no hay que explicar hasta qué punto puede condicionar el comportamiento y las reacciones de las personas, en tiempo de paz. El objetivo de la propaganda es controlar el marco de los pensamientos para limitar las elecciones de la gente en función de premios y castigos ficticios que solo son posibles cuando triunfa el discurso ausente.

La propaganda siempre se disfraza de ley, de moral, de culpa, de seguridad, de silencios misteriosos y de palabras abstractas que no significan nada sin la colaboración alucinada de sus víctimas. La propaganda tremendiza para atrapar a las víctimas en silogismos estériles. Por eso el pujolismo se esforzó tanto en demonizar a España, mientras el Estado se mofaba de los catalanes como si los fusiles tuvieran todavía la fuerza política de hace unas décadas.

Si el entorno de Mas que controla la prensa hace tanto énfasis en el patrimonio de los políticos y en las cloacas del Estado, no es porque quiera ganar el referéndum, es porque en realidad no quiere celebrarlo o, llegados el caso, quiere evitar que tenga la fuerza efectiva suficiente. La mala fama que la Guardia Civil tiene en el país es una herramienta espléndida para conseguir que los catalanes anticipen el desastre, y malgasten la fuerza protegiéndose de fantasmas.

A veces da risa y todo, ver cómo los diarios unionistas se cachondean de los miedos y de la historia de los catalanes. Seguramente muchos de los periodistas de Madrid se creen la porquería que publican. También muchos periodistas de Barcelona escriben todavía como si el Estado pudiera hacer con Catalunya lo que hizo en otras épocas. Amenazar siempre sale mucho más barato que cumplir las amenazas, así como la cobardía se suele emmascarar de cobardía.

Esta historia que los alcaldes serán juzgados por colaborar en el referéndum es como la prohibición que dictó aquella delegada del gobierno de Madrid contra las estelades. Aunque algunos ya trataban de convencer al rebaño para que llevara banderas escocesas a la final de la Copa del Rey, cuando Madrid vio que los barcelonistas llenarían igualmente el campo de estelades enseguida salió un juez a autorizarlo.

Eso por no recordar la consulta sobre la independencia de Arenys de Munt del 2009. Si no recuerdo mal, la jueza que la prohibió acabó siendo nombrada consellera de Justicia en el gobierno de los mejores liderado por Mas. Me hace sonreír pensar que, como consellera, aquella jueza todavía asistió impasible a otras 554 consultas más, exactamente iguales que la que había prohibido.

Después de que hayan votado tres o cuatro millones de personas me gustará ver cuál de los dos Estados juzga a los alcaldes y a los consellers que hayan ayudado a organizar el referéndum. En vez de pronunciar tantos discursos dramáticos, el gobierno debería abrir una lista pública de funcionarios dispuestos a hacer posible la autodeterminación. Seguro de que sería un éxito bestial y que disolvería muchos miedos.

Ahora es fácil amenazar al patrimonio de los catalanes, igual que es fácil decir que el referéndum es ilegal, o que Catalunya quedará fuera de la UE. Cuando el referéndum se celebre ya veremos si la justicia española osa empeorar la situación del Estado en Catalunya. Incluso si Catalunya consigue la independencia, España no se puede permitir destruir los intereses que tiene en el país y, si lo hace, pues ya lo pagará.

Así como la autodeterminación es el nudo marinero que va asfixiando al Estado a medida que se resiste, el nudo que Madrid tiene para asfixiar a Catalunya es el miedo generado por las experiencias de la historia. Cuando no puedes deshacer un nudo solo tienes dos opciones. O bien someterte a él como un perro con correa o, si puedes, cortarlo. Acabar con el miedo que el Estado intenta atizar en Catalunya es fácil. No hace falta ningún ejército. Solo hay que hacerle un corte de mangas.