Un escenario. El espectador se distrae con dos escenas de traca. Empecemos por la más lúdica, los fastos organizados por el protagonista principal del circo de nuestros días para celebrar su sempiterna victoria en todo tipo de competición: el Barça gana siempre, el suspense ha desaparecido, salvo por los pequeños destellos que aún provoca alguna derrota impensable. Fue ya el fútbol en época de Franco lo que el circo a Roma, y sigue siendo hoy ese tremendo aglutinador de personas de toda ideología, creencia, clase, sentir, o condición, la única y verdadera nación sin Estado (¡ni falta que le hace!) de nuestros días. Suerte de ese fútbol, sobre todo en momentos críticos, pues sin duda distrae el dolor, aunque sea a riesgo de adormecer la crítica y de relajar la necesaria vigilancia que debemos cernir sobre lo público.

La otra escena principal es la de los altercados vividos en el desalojo de una antigua oficina bancaria situada en el barrio de Gràcia. Un desalojo instado por sus actuales propietarios, decretado judicialmente y que debía ser ejecutado por la Guàrdia Urbana ha conducido a una batalla campal entre fuerzas de seguridad y defensores del “gratis total” (yo me meto por la fuerza en una casa y otro paga mi luz, mi agua, mis tasas e impuestos y, en este caso, mi alquiler, en una curiosa performance del derecho a la vivienda). El resultado material, como en cualquier guerra, dirían los guerreros, es la quema de mobiliario urbano (pagamos todos) y de enseres varios de particulares (si hay responsabilidad pública, volvemos a pagar todos) El resultado inmaterial es mucho más cuantioso, pero de su costo se harán cargo generaciones futuras de “todos”, cuando ya estén aclimatadas al hecho de que la justicia privada (la del pueblo) sustituya la institucional, aunque en la institucional esté instalado el pueblo, es un decir, que avala, justifica o perdona sus actuaciones. Pero ya desde hoy es una paradoja surrealista que el alcalde Trias pagase el alquiler del susodicho local y que Ada Colau lo critique, porque “es mucho dinero”; en el fondo, ambos con la misma actitud cobarde de enviar fuera del propio campo la pelota incendiada, pero en el caso de Colau con el agravio añadido de que va implícito en su crítica que acepta la ocupación…sin pagar!

Es una paradoja surrealista que el alcalde Trias pagase el alquiler del banco de Gràcia y que Ada Colau lo critique porque "es mucho dinero"

Una actitud la de nuestros dirigentes propiciada por la triple penalización a la que se han visto sometidos por acción de otros y por omisión y/o cooperación propia: cobrar dignamente por el cargo es pecado, ejercer la fuerza para mantener la autoridad es delito, asegurar el cumplimiento de la ley votada en las instancias de representación política es retrógrado. Y todo ello porque la mentira ha pasado de ser una necesidad para conquistar votos, a un suicidio, cuando el mentiroso es pillado bajo el foco. Más aún cuando se ha instalado entre muchos de sus dirigentes la necesidad compulsiva de imitar el burdo espectáculo de seres anónimos enseñando al público su intimidad, sometiéndose a un escarnio en ocasiones injusto, para gozar de unos minutos de publicidad, que creen (¡y se equivocan!) gratuita. Ni siquiera serán Supervivientes de su particular y político Sálvame.

El problema de nuestros políticos progres es que ahora Leviatán y ellos son lo mismo; llegar al poder que se ha criticado tiene eso

Pero aunque estas dos escenas tienen su miga, son sin duda superadas por la que, a modo de paisaje, podemos ver al fondo del escenario: la idea de que el teniente de alcalde Jaume Asens haya podido “insinuar” a la defensora del guardia urbano agredido por un mantero que no pidiese para él prisión preventiva, es de una gravedad que juega, valga la metáfora, en otra liga. Y es ésa una liga antigua, aunque en ciertos lugares es presente, en que los poderes públicos se confundían sin pudor, porque todo el poder se encontraba en una sola mano; incluso justificándose en la voluntad de ejercerlo para el pueblo, éste quedaba sojuzgado en la medida en que los ámbitos del poder no ejercían entre sí un mínimo control, porque todos unidos conformaban el diabólico Leviatán que supuestamente nuestros políticos progres (unos porque lo son, los otros porque se avergüenzan de no serlo) combaten. Su problema es que ahora Leviatán y ellos son lo mismo; llegar al poder que se ha criticado tiene eso, idéntica situación a la que vivió Joan Saura al frente de la conselleria d'Interior, en aquel tiempo en que con su vergonzante concepción de la policía mandó al traste un trabajoso ascenso desde la bisoñez comprensible de un cuerpo de seguridad aún joven. Ahora, tantos años después, otros dirigentes con complejo de serlo, pero embriagados al tiempo con la púrpura conquistada, no saben que es imposible estar a la vez en misa y repicando. Algo parecido a lo que sucede con el aliento acogotado de la CUP, que sufre el haber llegado, contra todo pronóstico y contra su propio deseo, a ser llave de la gobernabilidad en Catalunya, y no sabe cómo desdecirse de sus pactos sin aparecer cual escorpión esclavo de su naturaleza.

Es al fondo del escenario, casi dentro del armario, donde están las claves de todo lo que nos sucede y de lo que llegará. A aprender a mirar lo que acontece fuera del foco se le puede denominar cultura política, y solo sobre ella se construye una democracia fundamentada.