Decía hace poco Alfons López Tena en una entrevista que la independencia no sería porque quienes la habían pretendido conducir desde las instituciones no la querían de verdad, que era un modo de tirar de la cuerda para luego echarse atrás a cambio de negociar mejoras en el autogobierno, e incluso, a mucho estirar, una fijación federal en la Constitución de la singularidad catalana y de un sistema de financiación semejante al vasco. López Tena parecería así reconducido a las tesis de los cupaires, si no fuera porque están ideológicamente en las antípodas. Aunque estos últimos no han hecho amago de dejar el escaño ni de romper los apoyos parlamentarios, sí es cierto que éstos se han fragilizado y que ellos son los más dados a hacer lo primero sin pestañear. En muchos de los otros hemos visto hacer juegos malabares y contorsionismo intelectual para adaptar el cuerpo a los nuevos tiempos y no perder el sueldo.

Sin duda esa posibilidad, la que ha soñado buena parte de ese establishment catalán que solo cuando ha visto peligrar el patrimonio ha clamado (Borrell dixit y en eso hay que darle la razón, aunque no sean las empresas las únicas que han callado), puede haber poblado el imaginario de buena parte de los que han acompañado la aventura hasta aquí. Y ello con independencia de que a muchos fuera de Catalunya eso ya les parezca demasiado, porque entienden que significaría dejar en la impunidad todas las incorrecciones jurídicas (uso el término que me parece más benévolo) que se han producido por parte de los actores políticos independentistas. Sin duda no son conscientes (los que se intuye proclives al “pelillos a la mar” a la podemita) de que hay personas concretas sobre las que pesan procesos en curso con eventuales responsabilidades patrimoniales e incluso con penas de prisión, que serían dejadas en la estacada “en bien de que todo acabe bien”.

Esa circunstancia sin duda debe de pesar en el actor principal de esta escena, el que parece no ser tenido en cuenta por quienes aparecen en uno y otro bando en las pantallas de televisión diciendo “sí pero no” (Puigdemont) o “no pero sí” (Rajoy). Cual pareja de baile, ninguno de ambos parece querer tirar la piedra definitiva, y casi diría que les honra, si no fuera porque han dado cuerda a un sujeto colectivo de tipo casi revolucionario, y pongo el “casi” por prudencia, al que convencer de que la situación que parecen pretender cuajar sea un “win-win” va a resultar extraordinariamente difícil. Y si no fuera también porque activando ese sujeto, se han disparado reactivamente otros sentimientos que parecían dormidos y que tampoco aceptarán fácilmente la frustración de la ausencia de responsabilidad por la “audacia” del Govern.