Ahora que a diestro y siniestro se manifiestan muchos políticos renegando de la democracia representativa que les permitió alcanzar cuotas de poder, escaños parlamentarios, sabrosas remuneraciones por cada voto captado, voz en los atriles y minutos de oro en los medios de comunicación; ahora que se llenan la boca con una "radicalidad democrática" que ni saben qué significa como se demuestra porque solo lo aplican cuándo les conviene, ni creo que les gustara probar si esta radicalidad se pusiera a hacer revoluciones en contra de sus intereses; a todos ellos, sin embargo, los ofrezco un concepto alternativo, que como cualquier otro puede tener fallos, pero que al menos les permitiría levantar con legitimidad la voz contra las estructuras estatales, y contra el silencio de la Unión Europea, ni que sea por querer construir, a su vez, otro Estado, a pesar de la contrastada obsolescencia de estos mecanismos para liberar a personas o naciones.

Digo "anomalía democrática" a la paradójica situación que se produce cuando dos centros con poder político reconocido (y mutuamente reconocido), a pesar de estar uno dentro del otro, manifiestan una diferencia radical de opinión sobre una cuestión no menor como es el destino de la unidad mayor y, por lo tanto, también de la que en ella se incluye. La grande es España; la pequeña, Catalunya (des de dalt d'un campanar sempre es pot veure el campanar veí) y tienen mutuamente reconocida su condición política, porque el pacto constitucional decía a la vez "nación" y "nacionalidad", donde la nación es España y la nacionalidad, cuando menos, es Catalunya.

Lo que en Catalunya es mayoría (querer votar aunque sea para saber) no es mayoría en el conjunto de España. Una anomalía democrática

Por lo tanto el conflicto no emerge en realidad por quien tenga capacidad de decidir o por si tiene algún tipo de soberanía Catalunya, porque en el contexto europeo el término se erosiona poco a poco a golpe de competencia cedida. El conflicto es emocional, aunque se quiere revestir de racionalidad, y se manifiesta en el hecho de ver de manera muy diversa qué se debe hacer con eso de que la gente pueda votar sobre el futuro de la menor, que implica también de la mayor. No es una peor que la otra, aunque en los dos lados se quiera demonizar a la contraria. Fijémonos: ¿es tan extraño pensar que un gallego se sienta parte de un todo que incluya a Catalunya? ¿Es tan difícil aceptar que haya catalanes identitariamente o económicamente lejanos de España? Quizás es menos comprensible que a quien siente España con Catalunya le importe un rábano qué sienta o quiera ésta, como creo que tampoco se entiende mucho que la Catalunya que habla de invasiones de Castilla diga que no tiene fronteras para acoger a gente tan lejana culturalmente de lo que le importa. Pero sea como sea, el resultado no puede ser más evidente. No es democracia de baja intensidad (sería tanto como decirse un poco embarazada); es sencillamente una anomalía democrática.

Lo que en Catalunya es mayoría (querer votar aunque sea para saber) no es mayoría en el conjunto de España. Esta anomalía democrática (porque no nos pondremos sobre este tema a decir que es más legítima la voluntad democrática de uno u otro) no se puede resolver en los tribunales, ya se ha dicho que es un conflicto político, pero cuando unos se preocupan por decir que sí que es jurídico, y otros se defienden en los Tribunales como si lo fuera, la cuestión se vuelve indefectiblemente judicializada. O sea, que a la anomalía solamente le quedaba eso para ir de lleno de mal en peor.