La semana pasada el pleno municipal de Lleida, con los votos del PSC, C's y PP, votó en contra de una moción que habían presentado trece entidades culturales de la ciudad solicitando recuperar el uso preferente del catalán en la Paeria. Una posición que responde a las condiciones del pacto de gobernabilidad que, pronto hará un año, formalizaron las tres fuerzas. La otra fue que Lleida no se adheriría a la AMI. C's y PP, que suman 6 de los 27 concejales del consistorio leridano, pretenden alterar la identidad de la ciudad. Descatalanizarla. Con el silencio cómplice del PSC han resucitado al fantasma del “leridanismo” secesionista. Una especie de lobby sociológico e ideológico que gobernó la ciudad durante la larga noche de la dictadura. El “búnker Aunòs”.

El año 1900 Lleida era una pequeña capital de provincia de poco más de 20.000 habitantes. Aproximadamente el mismo censo que Reus, Tarragona o Girona. Barcelona tenía 533.000. Y su paisaje social y económico estaba dominado por la actividad agraria y una incipiente industria que la complementaba. También prosperaba un tejido comercial de alcance comarcal. Y un numeroso colectivo de funcionarios y militares. Un paisaje diverso con un protagonismo creciente de las clases populares, que crearon numerosas instituciones en la forma de ateneos culturales y entidades deportivas. La construcción de los Camps d'Esports, en 1919, impulsada por la Joventut Republicana es un buen ejemplo. Son años de republicanismo. Y también de carlismo resistente.

En este contexto surgió una pintoresca –por ridícula– ideología que quería ser la respuesta al republicanismo catalanista de las clases populares: el “leridanismo”, que sostenía que Lleida era extraña en el mundo catalán, tanto físicamente como culturalmente. Se insistía en el carácter interior de Lleida, orientada hacia el valle del Ebro, y en la acusada diferencia del dialecto local, tan marcada que no se admitía que formara parte del sistema lingüístico catalán. Y se asoció con el ideario de las capas sociales a más reaccionarias, que tradicionalmente habían alimentado el falso mito del burgués barcelonés -avariciosamente mezquino y traidoramente anticlerical– que había sometido y arruinado el sistema agrario catalán. Un corpus ideológico que, tras el localismo, ocultaba el propósito de descatalanizar Lleida. Castellanizarla.

Eso quedó en nada hasta que el año 1938, con la ocupación de las tropas franquistas, se recuperó de bajo las piedras. Lleida sufrió una represión de una brutalidad aterradora, practicada con un propósito claramente ejemplarizante. Y también de extirpar su catalanidad. Son los años tenebrosos del alcalde Hellín (falangista convencido) y del ministro Aunòs, un curioso personaje que había empezado su carrera política en la Lliga de Cambó y que acabó teniendo un papel destacado en los gobiernos franquistas de la posguerra. Son los años de la estética fascista, de las consignas del nacionalcatolicismo españolista y de la plena difusión del ideario “leridanista”.

Aunòs afirmaba –en un castellano cervantino – que “Lérida no es catalana en grado máximo. En realidad incluso nuestra propia habla no es más que una especie de dialecto situado entre el castellano y el catalán”. Y Hernàndez Palmés (el principal ideólogo) postulaba –también en un castellano cervantino– que “la verdad hay que buscarla en la siguiente afirmación: ni catalana ni aragonesa, Lérida se leridana”. Estas ridículas teorías se articularon desde el “Caliu Ilerdenc” que, en aquellos años tenebrosos, era un lobby de poder que reunía las figuras más destacadas del aparato político franquista local y provincial. La “casa del terror” en versión posguerra civil (en blanco y negro y con el No-Do) en un paisaje general –excepción hecha de lo que entonces era aquel reducto– dominado por las tres emes: miseria, enfermedades y muerte.

La región del 'Valle del Ebro'

 

El año 1966, Lleida se aproximaba a los 90.000 habitantes. Son los años del “desarrollismo”, de los “planes quinquenales” y del “Seat 600”. Y el franquismo impulsó un proyecto de redistribución del mapa político español. Se creaba la región del 'Valle del Ebro' que reunía Aragón, La Rioja, Navarra, Álava y Lleida. Tortosa i Duran –otro ideólogo “leridanista”–, afirmó –también en castellano cervantino– que “vaya de antemano que soy leridano y siento la catalanidad como el primero. Como técnico de geografía e historia debo huir, sin embargo, del sentimentalismo. Económicamente hablando (se) justifica el pase al Valle del Ebro”. Un ejercicio de imbecilidad supina en grado superlativo –entendido desde la perspectiva filosófica que la conceptúa como la difusión de ideas de contenido muy bajo– que relata con fidelidad la evolución del “leridanismo”.

La intelectualidad local, con las lógicas limitaciones que imponía el contexto del momento, consiguió movilizar a los sectores sociales populares y progresistas de la ciudad, incluso los que actuaban en la clandestinidad. Las primeras manifestaciones encubiertas de contestación al “Régimen” datan de aquellos días. En la Festa Major de 1967 una carroza reivindicativa que había sido prohibida se convirtió en la protagonista del desfile. El público la aclamó al grito de “Visca Catalunya”. La primera manifestación espontánea y popular desde 1938. El gobierno de Madrid reaccionó con cautela, y de una manera silenciosa retiró el proyecto. Lladonosa, historiador y figura clave en aquellos días, publicó “Lleida, problema i realitat” desenmascarando las verdaderas intenciones del “leridanismo” y del “Régimen”. Y Pueyo, años más tarde, con “Lleida: ni blancs ni negres, però espanyols” confirmaría la tesis de Lladonosa.

Contravalores de la dictadura

 

Ahora, a través de las pretendidas nuevas políticas resurgen los viejos fantasmas conocidos. El “leridanismo” anticatalán de los que pretenden resucitar los contravalores de la dictadura. Los que a falta de compromiso social visten su política con un discurso cutre que nos transporta a un pasado tenebroso de “ordeno y mando” , de “vuelva Vd. mañana”, de “no sabe Vd. cono quién está hablando”, y del “hábleme Vd. bien que yo pueda entenderle”. La de sus líderes que confiesan que las dictaduras tienen valores positivos, o que, simplemente, se niegan a condenar los crímenes del franquismo. El retorno del “búnker Aunòs”: "Leridano, sonrie; vuelve el leridanismo; el Imperio contraataca". Y el retroceso de las conquistas sociales y culturales de las clases populares, progresistas y catalanistas. Cuarenta años de resistencia al cubo de la basura. En plena crisis económica, social y sistémica. En pleno proceso soberanista.

Y el PSC leridano –cómplice silencioso- con el alcalde Ros delante, se tapa la nariz y dice, cuando menos lo parece, que “Lérida bien vale una misa”. Lleida, 140.000 habitantes y sexta ciudad de Catalunya, podría estar inmersa en un proceso de descatalanización, de “leridanismo” rampante versión 3.0 impulsado por la minoría del búnker, que se quiere iniciar con el nomenclátor de las calles. Los herederos ideológicos del “Régimen”. Queda la duda del alcance del ridículo. Porque, en este punto, no sabemos si recurrirán a la traducción literal o se dejarán dominar por la épica nacionalista del Cid Campeador. Y no sabemos si la Plaça del Clot de les Granotes se rotulará también Plaza del Hoyo de las Ranas, o –considerando que el nombre no es propio de ciudad– será renombrada con el nombre de algún general de la “Gloriosa Cruzada Nacional”. No sería la primera vez. 1938.

(Imagen exterior: Aunòs y Hellín, máximos, exponentes del "leridanismo", 1944 / Arxiu RTVE)