Primero era una intuición con fundamento. Ahora es una certeza total: ha resucitado el acebismo nacido 11-M. Pero, con dos diferencias: 1/ esta vez la erupción de mentiras no sale del gobierno del PP sino de medios que ni calificaré ni definiré porque su trayectoria los califica y los define y 2/ ahora el objetivo es manipular a la opinión pública contra el independentismo, primero, y las últimas horas contra los Mossos. ¿Por qué? Porque molestan.

Esta tragedia ha sido la gran oportunidad para criminalizar y descalificar, primero un movimiento político ciudadano y cívico y, después, un éxito de los Mossos que ha sido reconocido por todo el mundo que tiene ojos y los sabe usar. Un éxito que ha desmontado todos los menosprecios y ha desnudado las trabas políticas habidas hasta hoy y que, me temo, seguirán.

Pero, más allá de aprovechar una tragedia en beneficio propio, que ya es triste, ¿qué los impulsa a comportarse de esta manera? Pues esta reiteración indica que no lo pueden evitar. Es una reacción genética natural e incontrolable, cuyo origen se me escapa y que tendrían que estudiar los expertos.

El atentado islamista del 11-M no podía ser islamista. De ninguna de las maneras. Tenía que ser ETA. Porque era el enemigo que les permitía sacar más rendimiento político. Es aquello del "Ante una tragedia causada por gente mala, permítame que escoja yo quiénes son los malos". Y a partir de aquí nació una teoría de la conspiración hinchada durante años por El Mundo y por Libertad Digital. Hasta que un día, cuando la naranja ya no sacaba más zumo, lo dejaron estar. Sin más. Y, ¿sabe lo más interesante? Pues que, por lo que se refiere a su credibilidad, no pagaron ningún precio. Ni lo pagaron de ningún otro tipo. Nada. Y nadie les reclamó ninguna responsabilidad.

Trece años después, el mundo cambia y los abanderados en la elaboración de pseudoverdades han sido otros medios, algunos autocalificados como "prensa de calidad". Y esta vez el objetivo ha sido utilizar los 15 muertos para calumniar el independentismo e intentar debilitarlo. La estrategia no es nueva y en el pasado ha llegado a momentos de un esperpento notable.

Cada una de las mentiras que han ido creando los últimos días, y que pronto aquí mismo serán objeto de una recopilación detallada, han tenido su respuesta en forma de verdad. Pero eso da igual. Hay mucha gente que quiere leer y oír que todos los indepes son salafistas (y viceversa), que todos los terroristas son voluntarios por el referéndum, que la comunista Colau facilita las acciones de los terroristas, que los terroristas estaban libres por culpa de peligrosos abogados secesionistas o que la culpa del atentado son las críticas al turismo. Gente que quiere oír que el único mosso bueno, el de Cambrils, resulta que era legionario y, en cambio, el resto del cuerpo son un grupo de inútiles que han impedido trabajar a los que saben de verdad, unos colaboracionistas con el terrorismo que tenían toda la información pero la han escondido y que han asesinado a los terroristas para no dejar ninguna prueba de la connivencia entre unos y otros. Ah, y que sabían que el imán de Ripoll era un terrorista, pero lo protegieron.

Y, como hay gente dispuesta a comprar todo eso, hay personajes dispuestos a venderles lo que haga falta. Y esta vez tampoco pasará nada. Y los creadores de todo eso dormirán como angelitos y sin ningún remordimiento, sí, pero los consumidores también. Las 15 víctimas de ahora o las 192 del 2004 en Madrid solo son un instrumento para intentar dos objetivos: 1/ el político (destrucción del enemigo) y 2/ el económico (vender ejemplares o tener visitas y seguir viviendo de esto).

La verdad no importa y la mentira prevaricada, que es la que se elabora a sabiendas de que es una falsedad total y no fruto de un error, tiene un excelente estado de salud.