En la Grecia clásica, Zeus era el dios más destacado del Olimpo, algo así como un padre de familia, incluso para aquellos que no eran hijos suyos. Supervisaba el universo, nada escapa de su control, todo pasaba por sus ojos y sus manos.

En el PP de los noventa, Rodrigo Rato gozaba en Génova y en La Moncloa de una omnipresencia que podría igualarse a la de los grandes dioses. Estaba en todos los lados, vigilante a todos los movimientos del poder y listo para intervenir cuando era necesario y para que se cumplieran los deberes contraídos.

Por eso alguien tan cercano y leal al exvicepresidente como José Manuel Fernández Norniella le llamaba Zeus, es decir Dios. Él mismo se atribuía haber otorgado poder y patrimonio a empresarios y ministros que, sin su magnanimidad, algunos no hubieran llegado ni a porteros de discoteca (dicho con todo el respeto para los guardianes de las salas de ocio).

Él mismo se atribuía haber otorgado poder y patrimonio a empresarios y ministros que, sin su magnanimidad, algunos no hubieran llegado ni a porteros de discoteca

Ponía y quitaba rey, repartía cargos, sueldos y beneficios a diestro y siniestro. La familia y él, eso sí, siempre lo primero. Siendo ministro ya escondía 7 millones offshore, blanqueó capitales, pagó con dinero ilícito préstamos bancarios y transfirió donados desde paraísos fiscales. Esto además de que cinco de las empresas familiares de los Rato -en la quiebra cuando el exvicepresidente llega al Gobierno- facturaron 82 millones de euros entre 1998 y 2002 a nueve compañías que él mismo privatizó desde La Moncloa. De todas sacó tajada. El milagro era él y el mercado, también, ya que según la UCO creó una empresa para aprovecharse de la reconversión del sector público y sacar tajada.

Su inmoralidad no entendía de límites y aun así no entendió nunca por qué Aznar eligió a Rajoy y no a él para sucederle como presidente del PP. Sólo desde la indecencia y la impudicia cabe entender que no tuviera complejos en blanquear además parte de su fortuna desde un correo electrónico del Fondo Monetario Internacional, desde donde tuvo que salir por la puerta trasera y sin dar más explicación que la estrictamente personal para dedicarse al cuidado de sus hijos. ¿Y ahora pretenden decirnos que nadie supo los motivos por los que salió huyendo? ¿Nadie se preocupó de averiguar el porqué de una estampida con la que dejó a España al pie de los caballos? ¿No sabían ni el PP ni Rajoy de sus andanzas cuando le confiaron la presidencia de Caja Madrid y después de Bankia, donde siguió haciendo de las suyas?

Demasiadas preguntas para las que es probable que nunca obtengamos respuesta. Al menos, nos queda la imagen de la decadencia y el oprobio de alguien que pasó del Olimpo al Averno y que de gobernar los cielos como Zeus a arrastrarse, como Hades, por los subterráneos del Infierno. Allí ya sólo podrá reinar entre los muertos por la corrupción, que ya son demasiados.