Este fin de semana, los diarios iban repletos de análisis apocalípticos a propósito de la toma de posesión de Donald Trump. Arcadi Espada, en su epístola en El Mundo, asseguraba que Trump representa la entronización definitiva de la estupidez en el poder político. Pensé en un estudio publicitado por el The Guardian según el cual los humanos nos vamos volviendo más tontos cada generación que pasa.

Después de una vida de sumarse a ideas equivocadas, esperaba que Espada daría una mirada más introspectiva a su diagnóstico. Pero claro: lamentar de que el sentido de la jerarquía se ha debilitado para acabar añorando los años que tu padre trabajaba de portero vestido de uniforme, en pleno franquismo, es como disgustarse con la inconsistencia de Inés Arrimadas después de haber impulsado un partido tan tóxico como Ciudadanos.

La tentación de utilizar a Trump para tapar contradicciones o tics autoritarios puede tener consequències más graves que las formas groseras que gasta el 45º presidente de los Estados Unidos. El problema de Trump es que sus opositores no saben perder, ni son tan demócratas como dicen. Antes de hacer el esfuerzo de tomárselo seriamente, prefieren cogerlo por la vertiente pintoresca y literal, y comportarse como los indignados de Plaça Catalunya.

El doble listón, y la superioridad moral que la mayoría de la prensa gasta con el nuevo presidente de los Estados Unidos, hace pensar en los discursos que los últimos años han hundido a la izquierda estética europea. Con los artículos publicados en los últimos días es fácil concluir que si el futuro está amenazado también es por las lecciones que dan los que más han contribuido a deslegitimar los gobiernos de Madrid y de Bruselas.

Después de dejar a Obama más solo que la una con los gastos militares, ahora Bruselas y sus portavoces se indignan porque Trump quiere cerrar el grifo a Europa y ayudar a la Gran Bretaña a llevar a cabo el Brexit. Con tantas excusas, la UE corre el peligro de convertirse en un barco decadente, embarrancado en las puertas del siglo XXI. Como le pasó al imperio Hispánico, la malla de intereses oscuros barnizados de moralismo puede acabar haciendo su agonía interminable.

Trump es la expresión de la infección que sufre la democracia occidental y no su causa, y el próximo Trump que venga será peor si su figura no encuentra en los próximos años una oposición decente y un poco valiente. Trump da rabia porque  entre las élites de Occidente, falta voluntad de intentar solucionar problemas y, en cambio, sobran pretensiones de cobrar una pasta al final de mes para tener razón o para ir al cielo.

El problema no es Trump. El problema es que alguien se sorprenda que Arrimadas intente imitar a Pascual Maragall o que deje colgada a Mònica Terribas, para ir a menear la cola en Antena 3. El problema es que incluso los articulistas del Financial Times utilicen el nazismo de espantajo, como si fueran Jordi Cañas.

No acabo de entender por qué si Trump dice "America first" es xenofobia y si lo dicen Obama o Rajoy, en la versión española, entonces resulta que es otra cosa. Quizás tiene que ver con el hecho de que el nuevo presidente americano ha criticado los intereses privados que se han apoderado de la política internacional de los Estados Unidos, denuncia que es un tema recurrente en las series de Netflix i HBO.

Poco rato después de la cerimonia de la toma de posesión leí un tuit que satirizaba muy bien el espíritu con que la prensa ha recibido quien ya se ve que será el nuevo coco de la costra occidental: "Trump es un genio, no hace ni unos minutos que es presidente y ya ha alzado un muro a la frontera mexicana de más de 3.200 kilómetros".