Un amigo me escribe para felicitarme por el artículo de Las fotografías y me anima a publicar más textos de cariz personal. Busca ratos para escribir desde cerca del corazón, me viene a decir, porque cuándo aparcas la política y te concentras en tus cosas parece que te conviertas en otro, más fácil de leer, de entender y de amar.

Enseguida pensé en una chica que conocí en el departamento de Investigación de mi facultad. Tenía una cara angelical, y esta sensualidad católica y tranquila de las mujeres de los cuadros de Bottichelli. Un día alguien me enredó a hacer un mini concierto en la capilla de la misma universidad y, entre los cuatro gatos que me vinieron a escuchar, estaba ella.

Yo toqué mis versiones tanto bien como pude. Cantar en público no me gusta y el día antes estaba tan nervioso que la espalda se me contracturó. Suerte de un amigo que convenció a la dependienta de una farmacia de la calle Muntaner para que nos sirviera una caja de Myolastan sin receta -es un medicamento que supongo que han prohibido porque iba demasiado bien.

Con esta chica habíamos tenido conversaciones bastante personales, aunque ya veía que en el fondo me tenía por una especie de chalado imprevisible. Un verano me la encontré en Nothing Hill, mientras trataba de volver al hotel, cargado con una bolsa de películas y revistas pornográficas que había comprado en Berwick Street por un libro que quería escribir -y que me cuidé mucho de esconder.

El paseo, que había empezado como una excusa para admirar las casas de los viejos gentlemans ingleses, repintadas de colores pastel, se convirtió en una pequeña aventura. De repente vi que se me tiraba encima la hora de cena y que estaba totalmente perdido. El móvil se me había apagado, las calles estaban vacías y no podía pedir ayuda a nadie. Entonces, al tumbar una esquina, apareció ella con un mapa, como si fuera la virgen Maria.

Cuando llegué al hotel dejé el material literario en la cama y, en el momento que mi compañero de habitación salía de la ducha y le contaba qué había pasado, un camarero entró a dejar un agua de Sant Pellegrino. Por la cara que hizo, ve a saber tú que pensó. Fue un día curioso: no me esperaba que la calle de Londres que lleva el nombre del mariscal que conquistó Barcelona en 1714 estuviera entregada al negocio de la pornografía -ahora quizás hay restaurantes chinos.

Aun así, el recuerdo más vivo que conservo de esta chica es el momento en que se me acercó después de aquel mini concierto. Yo acababa de poner la guitarra en la funda y estaba aliviado de haberme librado de un compromiso que había tomado para hacerme el integrado y para que no fuera dicho que voy siempre a la mía. Ella se me acercó con los ojos brillantes. "Enric, cuando cantas no pareces tú", me dijo como si hubiera visto a un ángel y no entendiera porque no era siempre así.

De entrada me sorprendió que no viera ninguna relación entre el trabajo de demolición que a veces me dedico a hacer y la paz de espíritu que ella misma decía que tenía cuándo cantaba. Canto, igual que pienso, desde el centro de mí mismo, a una distancia infinita del mundo, desde la cual se puede comprender casi todo pero nada puede tocarte. El problema y la gracia de la comedia humana es que te obliga a defender este centro con uñas y dientes porque es el núcleo de la fuerza que alimenta la existencia.

Es verdad que en teoría todo tiene una aproximación correcta y una distancia inteligente, pero todo necesita un espacio de libertad ganada en pulso para crecer. En la vida práctica, no siempre es posible evitar el choque sin morir un poco. A veces no es suficiente con torear para proteger tu mundo de las invasiones externas. El comentario de mi amiga después me lo han hecho otras personas que han escuchado canciones que cuelgo en internet y siempre me recuerda que cada cosa tiene un precio que los demás no pueden calcular por ti. 

Es fácil dejarse seducir o narcotizar por las formas establecidas, incluso cuando trabajan a favor de intereses ajenos o de sensibilidades que no tienen demasiada relación con nosotros. Hay gente que se piensa que cualquier cosa se puede disimular o dejar pasar gratis, igual que yo escondí la pornografía a mi amiga para no incomodarla. Es la misma gente, que, por ingenuidad o por debilidad, cree que la política tiene poca influencia en su vida más particular y más concreta.

A mí no me fascina escribir artículos políticos, ni ir a tertulias ni hablar del referéndum cada día. Sólo lo hago para poder vivir tranquilo y ancho en mi mundo; para evitar que los asnos y los conejos se coman la hierba y las flores de mi parque de las mil maravillas. Las cosas pequeñas van perdiendo la magia y el sabor, cuando las grandes no tienen fuerza para darles el contexto y la estructura que se merecen.

Yo no he escogido nacer en un país que todavía es semisalvaje en algunos aspectos. Es absurdo sacar el Rolls Royce de casa si tienes que transitar caminos de carro. Nada te mantiene más despierto ni tan en forma como defenderte de los elogios y evitar el exceso de aplausos.