Volvemos al diuen, diuen, diuen, porque diuen que Germà Gordó –nariz afilada, piel blanquecina, silencio sepulcral, discreción fiel y andar de peonza– ha sido y todavía es el hombre que se encuentra en el núcleo de las corruptelas financieras de la Convergència de siempre y que, simultáneamente y aquí reside el problema, es el ideólogo que ha vertebrado la base política del masismo. Con Gordó pasa que todo aquello que intuimos no se puede decir sino es a riesgo de blasfemar, pues la conversación de café se basa precisamente en no tener pruebas y Gordó se ha caracterizado siempre por no firmar muchos documentos y hacerse el sordo. Pero diuen, diuen, diuen que en Convergència se hacía poca cosa sin que pasara por él, como certifica aquella grabación del caso Pretoria en que Lluís Prenafeta hacía de enlace entre Mas y un empresario problemático para "facilitar cosas" y donde enseguida se requería la presencia del escribano Gordó.

Sabemos, y aquí no diuen, diuen, diuen, que Gordó tuvo mucho protagonismo en las conversaciones entre Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, charlas en que el esbirro del régimen le proponía al ministro al antiguo conseller de Justícia como alternativa a la dirección de Convergència, si Mas acababa tumbado por las cloacas del interior policial. Sabemos, porque así nos lo ha dicho gente de dentro del partido, que Gordó ya se había presentado como secretario general del PDeCAT con el activo de ser un hombre del sistema (español, evidentemente): "Tengo a La Vanguardia, La Caixa, la Zarzuela, la judicatura y un ejército invisible de gente a favor", le habían oído presumir. No salió adelante, pero la gente que está al lado de Gordó sigue siendo la misma y aquí podéis poner diputados, alcaldes y una casta de ese tipo de gente curiosa a la cual se la suele definir con el apellido estos saben cosas.

El problema de los nuevos dirigentes pedecàtors con Gordó es evidente. Si lo mantienen, sea o no cierto el rumor de su poder oculto, se transmite la sensación de que aquí mandan los de siempre, relegando a Pascal, Bonvehí y toda la tropa de los jóvenes a una simple operación de maquillaje. Pero si cae Gordó y la beligerancia de los tuits contra el antiguo plenipotenciario continúa, la actual dirección del PDeCAT admitirá con sordina que el entorno de Mas apestaba, lo cual choca de frente –aunque a muchos les cueste aceptar– que el Molt Honorable 129 siga haciendo de activo político del procés y sea ejemplar a instancias internacionales. Si cae Gordó, en definitiva, es porque de alguna o de otra forma la nueva gente de Convergència puede digerir sin miedo su condición de hombre que lo sabe todo, aceptando así todo aquello que pueda pasar si la intuición del diuen, diuen, diuen, resulta cierta.

Entiendo que la cosa les dé miedo, pase lo que pase, pues si Gordó se empeña en quedarse en el Parlament, en la cámara catalana no se verá solamente un diputado adscrito al grupo mixto investigado por corrupción, como si la cosa fuera sólo un cambio de asientos que no afecta a Junts pel Sí, sino que se encontrará la foto diaria de un antiguo miembro importantísimo de Convergència, estrechamente ligado a la figura de Artur Mas, que todavía se refugia judicialmente y económicamente en la misma sala que pretende envolver la celebración de un referéndum de autodeterminación. Más allá de centrarlo todo en Gordó, que es la cosa fácil de esta semana, los convergentes tendrían que saber si están dispuestos a renunciar al legado de Mas para limpiar del todo, incluida la presencia de este en la vida política, o si, contrariamente, quieren seguir jugando a la ambigüedad con su pasado tumefacto.

La judicatura española ataca a Gordó consciente de que sitúa el centroderecha catalán en esta disyuntiva moral. Al final, como pasa siempre, la política se trata de asumir la verdad, por dura que sea, y por crudas que sean sus consecuencias. Os deseo suerte, convergentes. La necesitaréis.