Tal día como hoy, hace 879 años, Ramon Berenguer IV –conde independiente de Barcelona– recibía el gobierno del reino de Aragón de manos de la oligarquía aragonesa. Con esta fórmula se asociaba el conde barcelonés al gobierno de Aragón y a la defensa de su territorio, anticipando las condiciones del compromiso que habían adquirido las dos cancillerías en el acuerdo matrimonial entre Ramon Berenguer i Peronella –la hija y heredera del rey Ramir de Aragón–. El matrimonio que consumaría el acuerdo se celebraría 13 años más tarde, pero Barcelona y Aragón ponían la primera piedra de una larga historia en común, que se alargaría casi seis siglos.

La particularidad de este hecho se explica por las circunstancias en las que se encontraba Aragón. Pocos años antes había muerto sin descendencia el rey antecesor de Ramir –su hermano mayor Alfons–. En el testamento, Alfons traspasaba el reino –en aquel tiempo las entidades políticas tenían una naturaleza patrimonial como si se tratara de una casa o de un huerto– a las órdenes militares (monjes guerreros). Las oligarquías aragonesas no lo aceptaron, porque temían que Aragón se convirtiera en un reino teocrático gobernado desde el Vaticano, y este hecho perjudicaría la posición económica y política de estas élites.

También temían una invasión del reino. Castilla y Navarra –gobernadas por parientes del rey difunto– habían llegado a un acuerdo para repartirse Aragón. Jaca y Huesca para Navarra, y Zaragoza y el valle del Ebro (con la posibilidad de llegar a la costa mediterránea) para Castilla. Con la colocación de Ramon Berenguer en el trono, los magnates aragoneses conseguían situar en el poder a un monarca joven y militarmente poderoso que garantizaba la independencia de Aragón, no tan solo para prevenir la amenaza militar castellana y navarra y la conspirativa de las órdenes religiosas, sino también para contrarrestar una hipotética expansión futura de Barcelona hacia el sur y hacia el valle del Ebro.