Por segunda vez en menos de dos años, la psicosis terrorista ha alcanzado un estadio de fútbol. Si la primera ocasión fue en un partido amistoso entre las selecciones nacionales de Francia y Alemania en el Stade de France del barrio de Saint-Denis, a las afueras de París, donde se inició la trágica noche de los atentados múltiples del 13 de noviembre del 2015 -seis ataques simultáneos en tres horas de pánico que dejaron 130 muertos-, en esta ocasión han bastado unas explosiones en la carretera al paso del autocar del Borussia Dortmund, que iba a enfrentarse al Mónaco en la jornada de Champions, en la ciudad alemana, para sembrar una alarma pública que incluso obligó a cancelar el partido y aplazar su celebración 24 horas. Por fortuna, sólo hay que lamentar un herido, el exbarcelonista Marc Bartra, que ha sido hospitalizado aunque se halla fuera de todo peligro. 

Hace tiempo que los terroristas decidieron aplicar la técnica de mayor impacto con el menor riesgo posible. Desde que comprobaron cómo un camión lanzado contra la multitud podía producir una repercusión mediática incluso superior a la de atentados de otro tipo. Ha pasado en Estocolmo hace unos días, donde hubo cuatro muertos a consecuencia de la brutal acción, y siguiendo la estela terrible de la ciudad francesa de Niza, el 14 de julio del año pasado, que se saldó con 85 muertos y más de 300 heridos. Por ello, por la sensación de impunidad que producen sus acciones y movimientos en el lugar más cotidiano -un paseo marítimo atestado de paseantes el día de la fiesta nacional o una gran calle comercial como la de la capital sueca- los efectos de la amenaza terrorista son aún mayores si cabe. La sensación de inseguridad se extiende.

El caldo de cultivo que se está creando entre muchos sectores de la sociedad europea es terrible. Las consecuencias -racismo, xenofobia, islamofobia, populismo ultra- las estamos viendo en muchos procesos electorales hasta extremos en los que muchas veces no nos reconocemos como europeos. Es como si, de repente, amenazaran con volver todos los fantasmas de nuestra peor historia. Veremos qué acabará sucediendo en Francia en las próximas presidenciales con la ultraderecha de Marine Le Pen. No soplan buenos vientos para las democracias occidentales tal como las hemos conocido y el principal peligro es que la ausencia de liderazgos fuertes haga que se imponga un único relato más allá del partido que gobierna. Y esa victoria, lamentablemente, cada vez está más al alcance de algunos.