El bandolerismo catalán de las centurias de 1500 y de 1600 fue la cara visible de un conflicto civil de gran alcance que enfrentó a la sociedad del país durante un siglo y medio largo. Lejos de la imagen romántica que fabricó la Renaixença el fenómeno bandolero fue una auténtica tragedia. La punta del iceberg de un paisaje de violencia generalizada e institucionalizada. Serrallonga, Rocaguinarda, Torrent, Badia, Llió, Barba y muchos otros sembraron el país de muerte en nombre y en beneficio de sus patrones. El partido cadell, que representaba los intereses de una nueva clase urbana -artesana y mercantil; y el partido nyerro, que velaba los privilegios de una vieja clase rural -feudal y clerical. La herida mal suturada de la guerra de los Remences -la guerra civil catalana de la centuria de 1400 que liquidó el feudalismo sin llegar a soterrarlo- supuró durante un siglo y medio largo. Y el bandolerismo fue la infección que amenazaba con la gangrena de la sociedad.

 

La Catalunya de 1500

 

El Principat se despertó en la Edad moderna y en el Renacimiento después de una larga noche de epidemias (la Peste Negra y sus variantes), de crisis sociales (las guerras civiles de los Remences y su versión barcelonesa de la Biga y la Busca), y de crisis económicas (la devastadora suma de pestes y de guerras). Con este paisaje se explica que el país presentara unos datos demográficos pobres. Catalunya era un solar de ceniza y humo con poco más de 250.000 pobladores y Barcelona albergaba poco más de 30.000 habitantes. Unas cifras muy modestas si las comparamos con las de los vecinos: el Rey de Francia reunía a 15 millones de súbditos y París había superado el medio millón de habitantes, y el de Castilla unos 4 millones y Sevilla -la capital económica- albergaba 75.000 habitantes. En la Corona de Aragón sólo València, con 100.000 habitantes -la ciudad más poblada de la península-, y Nápoles, con 75.000, seguían el ritmo global.

Cervera. 1700 (1)

Cervera en el año 1700

Mar y Montaña

 

La sociedad catalana de la época no habría inspirado los celebrados platos contemporáneos que combinan productos de la tierra y del mar. La población estaba concentrada en las llanuras interiores y en la montaña del país. Las comarcas de la Catalunya central y de las llanuras de Lleida eran las más densamente pobladas, y siguiéndolas de muy cerca las seguían las comarcas pirenaicas. También, por la perversa lógica del sistema, eran las más conflictivas a nivel social y económico. Lo de no enterrar al muerto -el sistema feudal- tenía un precio y tuvo unas consecuencias que explican sobradamente la explosión del fenómeno del bandolerismo. Las llanuras de Vic y de Cervera fueron el escenario permanente del conflicto. El que -durante la segunda mitad de la centuria de 1500- enfrentó sin tregua a los grupos de Gabriel Torrent de la Goula Trucafort -capitán de los bandoleros cadells- y de Pere Rocaguinarda Perot lo Lladre -capitán de los bandoleros nyerros-.

 

Clima de violencia

 

La lucha no quedaba reducida a las acciones entre Torrent y Rocaguinarda. En torno a sus grupos -que en ocasiones reunían a más de 100 bandoleros a caballo- había un potente entramado formado por grupos más reducidos que gravitaban en la órbita respectiva de los grandes jefes, y por buena parte de la población que les prestaba ayuda y refugio. En este punto es donde entra en juego la Justicia hispánica. El bandolerismo era la prioridad de los virreyes -los representantes de la monarquía hispánica en el Principat, el equivalente al actual delegado del Gobierno-. Y fue la tumba política de la inmensa mayoría de personajes que ocuparon un cargo concebido, desde Madrid, como un trampolín. Destaca, reveladoramente, el informe que el virrey Hurtado (1614) envió al primer ministro Lerma: "No se puede más, que la tierra los produce como hongos, ella los fomenta y defiende", referido a los bandoleros. Manifestación palmaria de impotencia para acabar con el fenómeno del bandolerismo.

 

El bandolerismo como pretexto

 

El clima de violencia permanente proyectó una imagen estigmatizada de la sociedad -y del gobierno- catalanes que generó una propaganda de Estado muy inclinada a la intervención militar. En 1611 el convoy de moneda para pagar a los soldados de los Tercios de Castilla en Flandes fue asaltado en Hostalets (Segarra) por el grupo del nyerro Barbeta. 3 millones de ducados castellanos procedentes de la expropiación del corrupto funcionario Franqueza. Poco tiempo después, en plena espiral de tensión, Quevedo -figura señera de la literatura castellana y uno de los grandes propagandistas de la política de Estado- publicó "... el catalán es la criatura más triste y miserable que Dios crió" y "... en tanto que en Cataluña quedase algún solo catalán, y piedras en los campos desiertos, hemos de tener enemigo y guerra". Y el primer ministro Olivares envió un informe al Rey proponiendo ampliar el conflicto para justificar la invasión militar castellana y la liquidación del gobierno catalán.

Barcelona. 1572

Barcelona en un dibujo del año 1572

 

La Catalunya de 1600

 

El año 1635 el paisaje social y económico catalán había cambiado sustancialmente con respecto a la centuria anterior. Había un elemento nuevo: la inmigración occitana que cambiaría para siempre la fisonomía del país. La población se había duplicado. Y los problemas de orden público también. La terrible crisis que arranca en 1635 comportó el derrumbe de todo el aparato productivo. Olivares había inoculado el virus de la especulación de alimentos, una práctica monstruosa que se dirigía desde la oficina del virrey y que tuvo efectos devastadores. Los salarios cayeron en picado y los precios de los alimentos básicos alcanzaron niveles nunca vistos. El pequeño campesinado propietario y el pequeño artesanado se hundieron, y los negociantes -los banqueros de la época- convirtieron el país en un carrusel de desahucios. Los bosques se llenaron de gente desclasada, expulsada por el sistema, que pasaron a alimentar el fenómeno de la violencia. La intervención militar, la tesis de Olivares, quedaba justificada.

 

Nyerros, Olivares y el Rey

 

La trayectoria de Rocaguinarda y de Serrallonga, o la de Torrent y la de Barba, revelan cómo la Justicia hispánica aplicaba diferentes niveles en función del partido que representaban los jefes bandoleros. El partido nyerro era uno de los vértices que dibujaba el triángulo de complicidades entre el Rey hispánico, la Corte de Madrid, y la nobleza arruinada catalana. El asalto al convoy de moneda en Hostalets es una prueba evidente del nivel extremo de corrupción que se respiraba dentro de aquel triángulo.

Rocaguinarda, capitán de los ejércitos nyerros, fue invitado por el virrey Colonna a acogerse a un indulto a cambio de abandonar su carrera de crímenes y de destrucción. Nombrado capitán de los Tercios de Castilla en Nápoles, vivió hasta más allá de los 50 años -una edad avanzada por la época- y murió plácidamente en la cama de sus aposentos. Y el partido nyerro lo sustituyó por otro elemento más sanguinario: Joan Badia Tallaferro, eliminado 5 años después por los suyos, cuando perdió el sentido de quien mandaba realmente.

 

Cadells y la Justicia hispánica

 

A Pere Barba Barbeta, jefe del golpe en Hostalets, le buscaron un exilio dorado -y controlado- en Roma. Hasta que le sucedió alguna cosa parecida a Badia. Entonces, curiosamente, lo encontraron enseguida en una casa de los Borgos -sospechosamente junto a la vaticana plaza de San Pedro- y lo llevaron con grilletes a Barcelona para ejecutarlo y descuartizarlo. En presencia del virrey hispánico y de su corte de corruptos. En cambio, Torrent o Serrallonga -por citar sólo dos ejemplos- sufrieron una persecución extenuante, un juicio implacable y una muerte presentada como público escarmiento. Gabriel Torrent Trucafort y Joan Sala Serrallonga tenían una carrera de crímenes y de destrucción tan larga y tan ancha como Rocaguinarda, como Barba o como Badia. Pero llevaban una mácula añadida: eran del partido Cadell. El partido de Joan Fontanella y de Pau Claris, que en 1638 tomaría el control de la Generalitat y que en 1641 proclamaría la primera República catalana.