En los años ochenta, Sonia Martínez era mucho más que una cara bonita en la televisión. Para muchos, era como de la familia. Su presencia diaria en los hogares españoles hacía sonreír a niños y adultos por igual. A sus apenas veinte años, conducía algunos de los programas infantiles más populares de la época. Lo tenía todo: carisma, futuro y una carrera en ascenso. Fue una revolución. Pero la historia de Sonia no es una de éxito, sino una de esas en las que, después de tocar el cielo, el protagonista cae a los infiernos.
El brillo inicial de Sonia Martínez se fue apagando por la explotación y el juicio social. Unas fotos robadas durante unas vacaciones la mostraron haciendo toples, algo que en plena España posfranquista fue recibido como un escándalo imperdonable. Sonia no se escondió y respondió en modo rebelde. Decidió posar desnuda para una revista y reclamar su derecho a mostrar su cuerpo sin vergüenza. Pero ese gesto de libertad fue el inicio de su caída y condena.

Sonia Martínez, como tantos otros, tocó lo más alto del cielo, pero cayó en picado a los infiernos
TVE la apartó de la programación infantil sin contemplaciones. Oficialmente por las imágenes. Pero según la propia Sonia, por negarse a aceptar proposiciones sexuales de un alto cargo. En cualquier caso, fue el inicio del descenso irrefrenable. La fiesta y la noche sustituyeron al plató. La soledad se convirtió en compañera. Y la heroína, en escape.
Lo que ocurría en su entorno tampoco ayudaba. Su madre, gravemente enferma, murió en sus brazos. Sonia nunca se perdonó no haber estado más presente. Ese episodio la arrastró a lo más profundo. Intentó mantenerse a flote, incluso pidió trabajo y ayuda públicamente, pero nadie quiso mirar más allá de su pasado mediático.
Toda España lamentó su pérdida en 1994
Sumida en la adicción, perdió todo lo material, pero lo más duro fue perder a su hijo. Lo tuvo con 27 años. E incapaz de cuidarlo, lo entregó a los servicios sociales. En los últimos años de su vida, sobrevivía prostituyéndose, mientras compartía techo con un desconocido que conoció una noche trabajando. Seguía vendiendo su historia a revistas, pero ya no quedaba nada de la estrella que fue. Solo una muñeca rota que aún, a pesar de todo, soñaba con recuperar a su hijo algún día.

Un sueño que no se cumplió. En sus últimas entrevistas, Sonia hacía relatos desgarradores. Confesó su rutina: pincharse no para colocarse, sino para no morir de dolor físico. Admitió haber mentido, robado y engañado por un pico. Fue también una de las primeras en hablar públicamente de ser portadora del VIH, en un país donde la palabra sida aún se pronunciaba en voz baja. A finales de agosto de 1994 ingresó en el hospital y ya no salió. Cuatro días después murió, a los 30 años, sola, olvidada y estigmatizada.