El caso de Rafa Nadal siempre fue excepcional. Un deportista único. Un competidor sin límites. Pero también un atleta que ha convivido con un problema físico devastador. Y ahora, con 39 años, su situación se ha vuelto más delicada que nunca. Su cuerpo manda. Y el diagnóstico que arrastra desde hace casi dos décadas explica su definitivo final deportivo.
Todo gira en torno al síndrome de Müller-Weiss. Una enfermedad rara. Degenerativa. Silenciosa. Afecta al escafoides tarsiano, un hueso clave en la arquitectura del pie. Un soporte esencial del arco plantar. Cuando este hueso falla, la movilidad se compromete. Y cuando aparece la necrosis, la situación se vuelve crítica. “El hueso puede ir necrosándose, puede ir muriendo”, resumía la traumatóloga Inés Moreno en unas declaraciones recogidas por La Vanguardia.

La enfermedad golpeó a Rafa Nadal en 2005
Lo más llamativo de esta enfermedad es que suele originarse en la infancia. Pero no da la cara hasta la edad adulta. Eso le ocurrió a Nadal. Fue en 2005 cuando el dolor lo golpeó por primera vez. Y desde entonces, nada volvió a ser igual. El mallorquín necesitó plantillas ortopédicas hechas a medida para seguir compitiendo. Una solución que no curaba. Solo permitía sobrevivir en la pista. Aun así, prolongó una carrera que parecía condenada a un adiós prematuro.
Pero el coste fue enorme. “Él ha jugado con dolor durante muchos años”, señalan los especialistas. Y no un dolor cualquiera. Un dolor que limita. Que frena. Que castiga cada apoyo. Un dolor que, según quienes conocen bien esta patología, debería haberse tratado con reposo prolongado. Algo imposible en el tenis de élite. Mucho menos para un jugador que, incluso lesionado, seguía compitiendo por títulos de Grand Slam.

Un problema que ha ido a más durante el paso de los años
Las consecuencias se agravan con el tiempo. El cambio en la forma de pisar altera la biomecánica del cuerpo. Llegan molestias en las rodillas. Tensiones en la cadera. Desgaste en otras articulaciones. Es un efecto dominó. Y Nadal lo ha vivido en silencio. Mientras el público celebraba sus victorias, él gestionaba un dolor crónico cada vez más presente. Cada vez más difícil de ocultar.
El tratamiento del síndrome de Müller-Weiss incluye medicación, fisioterapia e incluso cirugía en los casos más avanzados. Estabilizar el pie. O directamente fusionar articulaciones dañadas. Pero ninguna de estas soluciones garantiza la desaparición del dolor. A veces solo lo reduce. A veces ni eso. Por eso se considera una de las patologías más complejas para un deportista profesional.