La imagen romántica del pescador que regresa al puerto con las redes rebosantes de sardinas y boquerones es ya cosa del pasado. En Tarragona, cuna de generaciones que han vivido del mar, los marineros hoy libran una batalla desigual contra la escasez, los atunes depredadores, el cambio climático y la sombra del turismo masivo. La situación ha llegado a tal punto que muchos reconocen sin tapujos: “el día que pescas, es para pagar lo que debes”. Un drama que quedó al descubierto en el episodio “Carreteras Secundarias | Vivir con 100 euros al mes” del ‘SER podcast’, donde los testimonios resultan tan crudos como estremecedores.
Los marineros, que antes veían en la pesca una forma de vida con cierto futuro, hoy se topan con jornadas maratonianas de madrugada y retornos casi vacíos. La paradoja es brutal: se trabaja más horas que nunca, pero se gana menos que en décadas anteriores. Muchos ni siquiera pueden cubrir el combustible, y lo que debería ser un oficio digno se ha convertido en una trampa económica que empuja a familias a vivir en los propios barcos.

Crisis en la pesca de Tarragona: sardinas desaparecidas y redes rotas
Los pescadores de cerco, especializados en sardinas y boquerones, son los que más sufren esta debacle. Las salidas nocturnas que antaño garantizaban un jornal hoy acaban con apenas unos kilos de pescado azul. La presencia masiva de atunes ha agudizado el problema: no solo se alimentan de las sardinas, sino que rompen las redes, dejando a los marineros con pérdidas dobles, tanto de capturas como de material.
La situación ha alcanzado niveles de desesperación. “Antes podías comer y guardar. Después, comer y vivir al día. Ahora, el día que coges cuatros pescados, es para pagar lo que debes”, confiesan los armadores entrevistados por SER podcast. Muchos de ellos son descendientes de varias generaciones de pescadores, hombres que crecieron oliendo el mar, soñando con heredar la barca de sus padres y hoy contemplan cómo la profesión que aman se tambalea.
La Posidonia muere, los atunes se multiplican y las playas devoran lo que queda de la costa
Los expertos no dudan en señalar un culpable mayúsculo: el cambio climático. La subida de las temperaturas del agua altera los ciclos reproductivos de las especies y destruye los ecosistemas donde antes abundaban los bancos de peces. A esto se suma la desaparición de la Posidonia, vital para la reproducción marina, arrasada por la presión del turismo y las embarcaciones recreativas.

El panorama es tan crítico que en Tarragona se han detectado desequilibrios poblacionales comparables a una “plaga de jabalíes marinos”, en referencia a los atunes que se escapan de granjas de engorde y colonizan el litoral. La falta de regulación agrava el desastre: decenas de miles de embarcaciones de recreo fondean en la costa catalana sin control, contribuyendo al colapso de una pesca que agoniza ante los ojos de quienes dependen de ella para sobrevivir.
Hoy, un pescador de Tarragona puede pasar meses sin ingresar un solo euro. Los pocos que tienen suerte apenas superan los 100 euros semanales, un sueldo irrisorio que obliga a los más jóvenes a buscar trabajos alternativos y a los más veteranos a endeudarse. En algunos casos, los marineros han perdido sus viviendas y se han visto obligados a instalarse en las cubiertas de sus barcos, donde resisten como náufragos de un oficio que parece condenado.