La derechona española, pija y faltona, no para de repetirse frente al espejo: "Qué guapo soy, qué pelo, qué dientes, qué sobacos, qué todo. Qué pibón ". No sólo son los guardianes de las esencias patrias y de la recta moral, no. También presumen de belleza y de genética privilegiada. Así, después del vomitivo tuit de Jesús López, concejal pepero de un pueblecito de Cuenca sobre los sobacos de Irene Montero, ahora el destinatario de nuevos ataques de índole personal ha sido su pareja y líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. ¿Qué no lo gusta al trifachito, representado por el adonis malagueño Juan Carlos Robles Díaz, un economista y asesor que habrá ganado muchos dinero, pero que de dignidad no ha conocido en su vida? Los dientes de Iglesias. ¡Bravo, campeón, a por ellos!

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El personaje Robles, un fan encarnizado del universo facha en redes sociales (sólo le falta hacer la croqueta), también es abogado, ortodoncista aficionado y aspirante a jurado de concursos de belleza. De inteligencia no serán. De educación tampoco. "Tiene que besar diariamente a esto. Si eso no es tener méritos yo ya no sé", escribe, "compadeciéndose" de Irene Montero. Hombre, pues echando una ojeada a sus redes personales, lo que realmente da pena es pensar que su mujer y su familia tienen que convivir, besar, hablar, etcétera con él. Y no sólo porque nunca sería un hombre anuncio de dentaduras impolutas, no, sino por la porquería que sale de su cerebro.

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Sí, lo sabemos, Juan Carlos. Odias a Iglesias, desprecias a Montero, los catalanes te damos asco y sueñas con policías nacionales y guardias civiles repartiendo estopa a rojos e indepes. Ah, y te crees muuuuuy guapo, claro. Pero olvidas una cosa: A partir de tu tuit, el mundo (el del siglo XXI, no el medieval al que aspiras), te has puesto en la diana de la opinión pública. También en la de tu querido Gabriel Rufián, "el gilipollas del año", según explicas.

Por cierto, máquina, un deseo sincero: Esperamos que tu familia, a la que exhibes en tus redes mientras demuestras tu vileza y prejuicios contra el resto del mundo, no tengan que sufrir el veneno que tú inoculas con alegría. Primero, porque no se lo merecen. Y segundo (ya que te preocupa tanto la imagen y la belleza), porque entre tú y Jon Kortajarena o Andrés Velencoso hay un abismo. Pero bien, sigue la linde, que ya sabes que pasa al final.