Mick Jagger no sale al escenario como quien baja a comprar el pan. A sus más de 80 años, el líder de los Rolling Stones sigue comportándose como si cada concierto fuera una final olímpica y su backstage lo demuestra. Porque mientras el público calienta garganta, él calienta músculos, rutinas y, sobre todo, un camerino que parece más un spa de lujo que una sala trasera de estadio.
La realidad es que cada vez que los Stones aterrizan en una ciudad, la maquinaria se pone en marcha mucho antes de que suene el primer acorde. Y entre las exigencias que acompañan a la banda, hay una que siempre llama la atención y levanta cejas: las famosas 600 toallas. Sí, seiscientas. Ni una menos. Ni una más.
Un camerino que parece un gimnasio de alto rendimiento
Mick Jagger no concibe subirse al escenario sin sudar previamente. Antes de cada actuación necesita un espacio reservado exclusivamente para entrenar con su preparador físico personal. Nada improvisado. El recinto debe medir exactamente diez metros de largo por tres de ancho. Ni nueve, ni once.

Allí realiza ejercicios de cardio, estiramientos y movimientos diseñados para aguantar dos horas saltando, corriendo y provocando al público como si tuviera 30 años. Y claro, después de ese calentamiento —y del concierto— el sudor corre a raudales. De ahí la avalancha de toallas blancas que esperan ordenadas como si fueran lingotes de oro. Pero ojo, que no es solo una cuestión de higiene. Las toallas cumplen varias funciones: secar, enfriar, limpiar y, según cuentan algunos técnicos, incluso servir de improvisado apoyo durante los cambios de vestuario exprés. Todo tiene su razón de ser… aunque el número siga pareciendo de locos.
Seiscientas toallas y ni rastro de improvisación
De este modo, el backstage de los Rolling Stones se convierte en una pequeña ciudad paralela. El camerino debe estar situado justo detrás del escenario, con aire acondicionado a pleno rendimiento y sin trayectos largos. Jagger va a lo práctico, pero a su manera. Sudar mucho, moverse más y secarse aún más. Todo medido, todo calculado.
La realidad es que estas exigencias no son nuevas ni fruto del capricho. Son parte de una rutina que le ha permitido seguir siendo un animal escénico cuando muchos de su generación ya están retirados. Y eso, en el rock, se paga caro. Así pues, la próxima vez que alguien vea a Mick Jagger saltar como si el tiempo no existiera, que piense en lo que no se ve: un gimnasio portátil, un camerino estratégico… y 600 toallas esperando su momento de gloria. Porque en el rock, como en la vida, el sudor también hace historia.