La confesión de Lolita Flores dejó sin aliento a sus seguidores y al público en general. La artista, hija de la eterna Lola Flores, decidió abrir su corazón y exponer la cruda realidad de una etapa marcada por el dolor, el abuso de sustancias y la culpa. Una confesión que no solo sorprende por su crudeza, sino también por lo cerca que estuvo de perderlo todo: familia, carrera y hasta la vida.

Durante una íntima entrevista, Lolita admitió que su bajada a los infiernos comenzó tras la muerte de su madre y, apenas dos semanas después, la pérdida irreparable de su hermano Antonio. Dos tragedias en tan poco tiempo fueron la chispa que encendió una espiral de autodestrucción donde el alcohol, la cocaína y el cannabis se convirtieron en su refugio. “Me metía rayas de coca, bebía más de la cuenta y fumaba porros”, confesó sin rodeos.

Las adicciones de Lolita Flores: el lado oculto de la fama

El testimonio de la cantante refleja la cara más amarga del mundo artístico. Según ella misma relató, muchas noches terminaban en auténticos estallidos emocionales: camerinos destrozados, lágrimas interminables y madrugadas enteras acompañada solo de una botella de whisky y drogas. “Fue un año y medio de locura absoluta en mi interior, en el que bebía, tomaba coca, me acostaba a las tantas, me ponía los discos de Moncho, me ponía la botella de whisky, me ponía una caja de clínex, y me ponía a escribir y a llorar. Me daban las 8 o las 9 de la mañana. Me lavaba la cara a las 7 y media para que mis hijos me vieran bien al irse al cole y luego me acostaba. Y así estuve un año y pico”, describió con dolor. Lo que parecía una vida de éxito sobre los escenarios escondía un infierno íntimo. Lolita reconoció que se vio atrapada en un ciclo peligroso donde la tristeza la empujaba a consumir más, y el consumo, a su vez, la hundía en una tristeza aún mayor. Una espiral que parecía no tener salida y que estuvo a punto de costarle la estabilidad emocional y familiar.

El gesto que le salvó la vida: su hija Elena Furiase

En medio de aquel caos, la voz que marcó la diferencia fue la de su hija, Elena Furiase, que con apenas 8 años percibió que su madre no estaba bien. Con valentía infantil, decidió alertar a su tía Rosario. Ese gesto fue la llamada de atención que la artista necesitaba para detener su autodestrucción. “Me salvó mi hija”, repitió Lolita en varias ocasiones, reconociendo que aquel aviso fue el empujón definitivo para recuperar el rumbo.

El vínculo con sus hijos se convirtió en su salvavidas. Consciente de que debía elegir entre seguir hundiéndose o luchar por ellos, Lolita decidió parar de un día para otro, aunque no sin esfuerzo. Fue un proceso duro, marcado por la disciplina, la fuerza de voluntad y el amor maternal. Un acto de supervivencia que todavía hoy recuerda con orgullo y gratitud. Hoy, tras haber tocado fondo, Lolita Flores reconoce que la muerte de su madre fue el parteaguas de su vida. “Hubiese dado cualquier cosa porque mi madre siguiese viva”, confiesa con nostalgia. Pero al mismo tiempo, agradece haber encontrado la fuerza en sus hijos y en sí misma para salir adelante.